sábado, 16 de mayo de 2015

La paciencia tiene recompensa

Frecuentemente las circunstancias nos provocan preocupación, ansiedad y afán, y para luchar contra ellas debemos disfrutar de la presencia de Dios. Vivimos en un tiempo en el que la espera se hace cada vez más insoportable.
En otros tiempos la demora se medía en días o meses, pero hoy consideramos demora simplemente, al tiempo que nuestro ordenador tarda en abrir un programa, al tiempo que el microondas requiere para calentar nuestro café, al que una persona tarda en atender el teléfono o al que un semáforo toma para cambiar de la luz roja a verde.
O sea, la impaciencia se ha instalado de tal forma en nuestras vidas, que medimos el uso eficaz del tiempo en cuestión de segundos. Incluso cuando la espera es ínfima, nuestro espíritu inquieto no puede controlar los sentimientos de ansiedad y afán propios de la sociedad moderna. La sabiduría popular afirma que la paciencia es un arte, el arte de saber esperar. El problema con esta definición no radica en lo innecesario de saber que lo debemos hacer según la situación, sino en la creencia general de que nuestra actividad principal, ya que no podemos acelerar el tiempo, es esa precisamente, esperar.
Estamos llamados principalmente en la vida, a orientar nuestra existencia hacia una respuesta a las permanentes invitaciones de Dios a caminar con Él, a buscar Su accionar en las situaciones más frustrantes. De esta manera, podríamos definir la paciencia como el desafío de disfrutar de la presencia de Dios, cuando las circunstancias nos invitan a la preocupación, la ansiedad y el afán. 

Libre

“Pelearán contra ti, pero no te podrán vencer, porque yo estoy contigo para librarte, afirma el Señor.” Jeremías 1:19
Jeremías no lo tenia fácil. Era un hombre joven en una sociedad que ponderaba las canas y respetaba la experiencia. Y Dios lo enviaba a dar un mensaje temerario y espantoso: El exilio por la desobediencia descarada. Nunca es fácil decir las malas noticias. Pero ser el portavoz del terrible castigo divino a generaciones de desobedientes, era una tarea demasiado pesada para un joven.
Jeremías tenía miedo. Pensaba que no estaría a la altura de las circunstancias y que las posibles consecuencias eran demasiado grandes para que pudiera superarlas. Y analizando lo que tenía por delante, se desanimó. Eran demasiados problemas para tan pocos recursos, y estaba solo. Parecía que el pedido de Dios era enorme y que le otorgaba además, una responsabilidad que no podía cumplir.
Conocía la ciudad donde tenía que predicar. Eran sus vecinos, la gente con la que se había criado y crecido. Los conocía tanto como ellos a él, y eso jugaba en su contra. Sabía que se iban a enojar cuando conocieran que Dios los estaba juzgando por sus actos. Y a ellos no les gustaba que los señalaran. Cada uno tenía su excusa o su justificación para actuar como lo estaban haciendo y se creían buenos. La censura que Dios le mandaba a Jeremías a hacer a sus conciudadanos, significaba ponerles el dedo en la llaga. Y eso dolía.
Y ante el miedo de Jeremías, Dios le hace una promesa enorme. Puede ser que sea difícil, que tenga contras la tarea, que peleen contra ti, que te insulten o te golpeen, pero no podrán vencerte. Dios iba a estar con Jeremías y Dios es infinitamente más grande.

Los Celos, un enemigo peligroso

María y yo éramos parte del grupo de jóvenes de la iglesia que se reunía dos veces al mes. Ella soñaba con dirigir la alabanza en la iglesia y lanzar sus discos a la venta. Mientras la veía cantar, era obvio que Dios la estaba usando para hacer ambas cosas. Una parte de mí quería celebrar y alabar a Dios por permitirle cumplir sus sueños. Pero la otra parte, estaba menos alegre. Me pregunté, ¿Y por qué yo no?
Sí, Dios me estaba usando en mi trabajo y en mi ministerio, pero yo quería ser parte de esa otra clase de bendición. La lucha de ambos sentimientos.... me sentía halagada y desgarrada. No me gustaba sentirme así. Como hermana en Cristo de María, yo sabía que debía estar alegre porque Dios estaba usando a mi amiga, y feliz de ver la mano de Dios trabajando en su vida. Sin embargo, no era así.
No quería parecer “poco espiritual”, así que fingí estar feliz por ella halagando su actuación delante de mi esposo. Pero por dentro, los celos me consumían como un veneno llegándome al corazón. Me esforcé alabándola con una sonrisa falsa y con la esperanza de que eso oscureciera mis sentimientos. Quizá si aparentaba bastante, podría parecer sincera de sentirme feliz por ella.
Pero cuanto más alarde hacía de ella a mi marido, más pensaba en el asunto. Y cuánto más lo pensaba, más me carcomía. ¿Qué estaba pasando? Los celos estaban acabando con mi alegría.
LOS CELOS ANSÍAN OTRO ESTATUS
Yo no estaba celosa de las cosas de María-de su ropa, de su casa, ni de su talento-. Mi batalla no era el deseo de estar en el escenario dirigiendo la adoración. Era su bendición lo que yo quería.
Estaba viviendo una versión moderna de Jacob y Esaú. Dios había bendecido a mi hermana en Cristo con un ministerio increíble, y yo lo deseaba. Quería ser la escogida por Dios, ansiaba tener un llamamiento sensacional que llenara todas mis expectativas. ¿Por qué estaba Dios satisfaciendo las peticiones de María, y no las mías?
Después del servicio, hablé con ella. Mientras conversábamos y nos poníamos mutuamente al día, tuve la tentación de exagerar lo que estaba pasando en mi vida y en mi ministerio. Sentí la necesidad de “superarla” para que supiera que yo también estaba haciendo algo especial.

La búsqueda de la Felicidad y el Placer

pradera floresDías atrás, charlando con un hermano de la Iglesia que tiene fama de ser algo legalista, me hizo esta pregunta: "¿eres una de esas personas, hedonistas, que solo viven sus vidas buscando placer?" Sin duda, es una pregunta que a muchos cristianos les puede resultar un tanto incoherente, absurda o chocante, pero para mí no lo fue, y al instante le contesté: "¡Claro que Sí, soy una de ellas!" Su cara no demostró estar muy conforme con mi respuesta, es obvio que no esperaba escuchar eso. Pero segundos más tarde esbozó una leve sonrisa, algo irónica, y dijo: "Un creyente no debería vivir así!". Por supuesto que no podía quedarme callado sin darle una explicación sobre lo que dije, y comencé por hacerle una pregunta.
"¿De verdad, tú crees que para llevar una vida como cristiano hay que mantenerse alejado del placer? Yo no lo creo así. Vivir en Cristo no es dejar de sentir placer, sino renunciar a aquellos placeres que van en contra de sus enseñanzas, y disfrutar plenamente, de los que van acorde con ellas".  
O sea, "Placeres eternos contra Placeres pasajeros".

¿Es bíblico el rezar el rosario?

Mientras que mucho del contenido en el rezo del rosario es bíblico, la segunda mitad del “Ave María” y porciones del “Dios te salve, como Reina y Madre” son totalmente anti-bíblicas. Aunque la primera parte del Ave María es casi una cita de Lucas 1:28, no existen bases en la Escritura para: (1) rezarle a María, (2) dirigirse a ella como “santa” María, y (3) llamarla “nuestra vida” y “esperanza nuestra.”

¿Es correcto llamar a María “santa”, como la Iglesia Católica interpreta de María, como libre de pecado y sin mancha alguna del pecado original? Los creyentes en la Biblia fueron llamados “santos” lo cual quiere decir “apartados” o “benditos”, pero entendemos por la Escritura, que la justicia que poseen los creyentes en Cristo es una justificación provista por Cristo (2 Corintios 5:21), y que mientras estén en esta vida, ellos aún no son librados totalmente de la práctica del pecado (1 Juan 1:9-2:1). Jesús es llamado Salvador, repetidamente en la Escritura, porque Él nos salvó de nuestro pecado. En Lucas 1:47, María le llama a Dios su “Salvador”. ¿Por qué le llama Salvador? Una persona libre pecado no necesita un Salvador. Los pecadores SÍ necesitan un Salvador. María reconocía que Dios era su Salvador, por lo tanto, María reconocía que era pecadora.


Jesús dijo que Él vino a salvarnos de nuestros pecados (Mateo 1:21). Ante esta realidad, la Iglesia Católica Romana dice que María fue salvada del pecado de manera diferente a todos los demás...¿?; que ella fue salvada del pecado a través de una inmaculada concepción (concebida libre de pecado). Pero  ¿es bíblica esta enseñanza? La Iglesia Católica Romana admite abiertamente, que esta enseñanza no se encuentra en la Escritura. Cuando un joven se dirigió a Jesús como “Maestro bueno” (Mateo 19:16-17), Jesús le preguntó ¿por qué le llamaba “bueno”? puesto que no hay nadie bueno sino uno solo, Dios. Jesús no estaba negando Su propia deidad, Él estaba tratando que el joven se diera cuenta de que estaba usando el término descuidadamente, sin pensar lo que estaba diciendo. Pero el señalamiento de Jesús, textualmente como lo dijo, hasta es válido, si no Él no lo hubiera dicho,.... no hay nadie bueno sino Dios. Esto excluye a todos menos a Dios, ¡incluyendo a María! Esto está vinculado con Romanos 3:10-23Romanos 5:12, y otros muchos pasajes que acentúan el hecho de que, a los ojos de Dios, ninguno da la medida. ¡Jamás es excluida María de estas declaraciones que incluyen a toda la humanidad! Si María hubiera sido preservada de toda contaminación de pecado, ella no hubiera necesitado un Salvador, como ella proclamó necesitarlo (Lucas 1:47).