jueves, 30 de abril de 2015

Misiones de rescate

Imagina que eres un soldado especialmente instruido en labores de rescate. Que pasaste mucho tiempo preparándote física y mentalmente, esperando una oportunidad para entrar en acción y poner en práctica tus habilidades.
Por fin llega ese día tan esperado. Un telegrama directamente del general contiene órdenes para que prepares tus cosas y te embarques de inmediato, a un país del medio oriente. Un avión te recogerá en el cuartel y te dejará lo más cerca posible, de la base donde tienen unos prisioneros que debes liberar.
Una vez en el lugar, con todas las habilidades que aprendiste, logras internarte en la base, pasas la primera y la segunda guardia con tanta destreza que ni las torres de control pudieron detectarte. Parece que todo está saliendo bien.
Una vez dentro de las instalaciones enemigas, logras golpear a los guardias de la puerta y encuentras a los prisioneros. Todos están pálidos y asustados, pero los animas sacándote el pasamontañas y mostrando el escudo en tu solapa. Abres la puerta y con voz baja, les pides que te sigan; te das la vuelta sacando tu fusil y avanzas unos cuantos pasos, cuando de repente te das cuenta que nadie te está siguiendo. Los prisioneros siguen tirados en el suelo, encadenados a sus grilletes sin poder moverse.
Nuevamente, te presentas por tu nombre completo y añades que viniste para salvarlos, pero ellos siguen estáticos. Uno de ellos quiere seguirte, pero sus cadenas no se lo permiten. Tú sigues insistiendo en tu misión y que viniste para ayudarlos, pero parece que ninguno quiere moverse del lugar donde está.
¿Qué es lo que está pasando? No importa que las puertas estén abiertas y que todos los soldados enemigos se hayan ido. Ellos simplemente, no pueden moverse porque están encadenados.

¡Prepárate!

Porque he aquí, el que forma los montes, y crea el viento, y anuncia al hombre su pensamiento; el que hace de las tinieblas mañana, y pasa sobre las alturas de la tierra; el Señor Dios de los ejércitos es su nombre. Amós 4:13

Inline image 2El lector de la Biblia queda sorprendido por esto: ¡El que habla en este libro afirma en numerosas ocasiones que él mismo es Dios! Es la experiencia que tuvo Amós, sencillo pastor de ganado de un lugar llamado Tecoa, quien había oído a Dios afirmarlo. Entonces se sintió en la necesidad de hacer esta exhortación: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios(Amós 4:12).
Pero, ¿qué hacer para no ser condenado por Dios? ¿Cómo estar seguro de haber hecho lo necesario o lo suficiente?

Él te conoce mejor que nadie, sabe lo que es mejor para ti

“Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú”. (Isaías 43:1)
Dios te ha llamado por tu nombre, eres suyo porque te creó y su decisión es amarte. Entender estas palabras, te ayudará a darle orientación a tu vida respecto a que, por mucho o poco que sientas que hagas, con todo lo bueno y lo malo que tienes, su amor hacia ti y hacia mí no depende de lo que hagamos nosotros.
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Gracias a su amor infinito, son innumerables las veces que nos ha prologando su misericordia. Aunque no merecemos que se apiade de nosotros, Él vuelve y nos levanta. Él hace de nuestras vidas algo que valga la pena.
En muchas ocasiones, tiene que "romper la vasija" porque nos escapamos de sus manos, porque queremos hacer nuestra voluntad y nos salimos del molde con el que nos estaba formando. Y Él pacientemente, escucha nuestros ruegos y vuelve a comenzar con cada uno de nosotros.
Pero hay un momento decisivo en el que es conveniente dejar que Él nos guíe sin interponernos, sin meter nuestras manos ni dañar su plan. Porque Él es Dios y no necesita nuestra ayuda ni nuestras instrucciones, porque Él nos conoce mejor que nosotros mismos y sabe lo que nos conviene y lo que no es bueno para nosotros. Así que permite de una vez que Él cumpla su plan en ti para que por fin puedas ser feliz.

¡No temas porque lo que proviene de Él será siempre bueno!

¿Cómo Hablar con Dios? 4 Pasos Importantes de la Oración

La oración es el medio de comunicación espiritual que Dios estableció para que los hombres hablen con Él.
Es normal que se confundan un poco aquellos que se están iniciando en esta práctica y en algunos casos, hasta podrían sentirse algo intimidados. Si es tu caso, aquí tienes algunos consejos que seguro te serán muy útiles. Y verás que no es difícil, todo lo contrario, es muy parecido a conversar con un amigo. Por eso, a la hora de hablar con Dios debes abrir la mente y el corazón.

Paso 1

Escoge un sitio donde te encuentres a gusto, puede ser en la comodidad de tu hogar, en la Iglesia, a solas, o junto a otros cristianos. Hay quienes prefieren hacerlo al aire libre, en espacios naturales como la playa o un parque, pues en lugares así sienten más cercana la presencia de Dios. Lo principal es que estés cómodo y relajado para poder concentrarte en lo que quieres decir.

Paso 2

Ahora ya puedes comenzar a hablar con Dios. Di todo lo que te venga en gana, y sin dejar de mostrarle el respeto que se merece, procura no ser demasiado formal, pues ten en cuenta que la persona que está escuchando es un amigo de confianza. Puedes orar en voz alta, susurrando, o desde el silencio de tu corazón, pero trata de decir todo lo que tienes en mente. Cuéntale tus miedos, problemas, consúltale sobre tus proyectos, comparte con Él tus sueños y las cosas que te hacen feliz, pero siempre procura hablar, en primera instancia, de aquellas cosas que te llevaron a conversar con Él. Si tienes preguntas que hacerle, no dudes en planteárselas. Y recuerda que la gratitud es una parte fundamental en la oración, por ello nunca olvides darle las gracias por todas las cosas que te ha dado.

He visto a Dios

Yuri Gagarin, astronauta ruso, después de salir al espacio y dar una vuelta en la órbita del planeta Tierra, expresó algo así cuando descendió:
“He subido al cielo y no he visto a Dios”
En cambio, otro astronauta, John Glenn, exclamó eufórico a su regreso:
“He subido a los cielos y he visto la grandeza de Dios”
Uno ascendió a los cielos en una “Torre de Babel” del siglo XX. El otro, lo hizo con su fe y su corazón mirando a Dios.
Mucha gente vive hoy, sin necesidad de salir catapultados en una cápsula al espacio, en su pequeño mundillo de arrogancia sin Dios, donde la obediencia y la fe no forman parte de sus diccionarios. Prefieren ser sus propios “dioses” antes que someterse a la Autoridad del Soberano Creador del Universo. Es así como se encuentra nuestro mundo, sumido en una caótica anarquía donde las batallas de los antiguos “dioses” del Olimpo parecen un cuentito de niños, al lado de las lides que nos toca librar hoy en la realidad de nuestro vivir diario.