Imagina que eres un soldado especialmente instruido en labores de rescate. Que pasaste mucho tiempo preparándote física y mentalmente, esperando una oportunidad para entrar en acción y poner en práctica tus habilidades.
Por fin llega ese día tan esperado. Un telegrama directamente del general contiene órdenes para que prepares tus cosas y te embarques de inmediato, a un país del medio oriente. Un avión te recogerá en el cuartel y te dejará lo más cerca posible, de la base donde tienen unos prisioneros que debes liberar.
Una vez en el lugar, con todas las habilidades que aprendiste, logras internarte en la base, pasas la primera y la segunda guardia con tanta destreza que ni las torres de control pudieron detectarte. Parece que todo está saliendo bien.
Una vez dentro de las instalaciones enemigas, logras golpear a los guardias de la puerta y encuentras a los prisioneros. Todos están pálidos y asustados, pero los animas sacándote el pasamontañas y mostrando el escudo en tu solapa. Abres la puerta y con voz baja, les pides que te sigan; te das la vuelta sacando tu fusil y avanzas unos cuantos pasos, cuando de repente te das cuenta que nadie te está siguiendo. Los prisioneros siguen tirados en el suelo, encadenados a sus grilletes sin poder moverse.
Nuevamente, te presentas por tu nombre completo y añades que viniste para salvarlos, pero ellos siguen estáticos. Uno de ellos quiere seguirte, pero sus cadenas no se lo permiten. Tú sigues insistiendo en tu misión y que viniste para ayudarlos, pero parece que ninguno quiere moverse del lugar donde está.
¿Qué es lo que está pasando? No importa que las puertas estén abiertas y que todos los soldados enemigos se hayan ido. Ellos simplemente, no pueden moverse porque están encadenados.