domingo, 22 de marzo de 2015

Ni siquiera soy digno de ser su esclavo

Yo bautizo con agua a los que se arrepienten de sus pecados y se vuelven a Dios, pero pronto viene alguien que es superior a mí, tan superior que ni siquiera soy digno de ser su esclavo y llevarle las sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Mateo 3:11 NTV
Juan el Bautista era un hombre que se hizo conocer por predicar para que las personas se arrepintieran de sus pecados, y la gente venía de diferentes ciudades para ser bautizados por él. En su posición, podía dejarse dominar por el orgullo y altivez ya que incluso doctos en la ley iban a ver lo que hacía; sin embargo, a cada momento recordaba que no era digno y que servía a alguien superior.
Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será sano. Lucas 7:6-7
Se llamaba “Centurión” a un oficial del ejército que tenía a su mando cien soldados. Por esto mismo este hombre pudiera ser prepotente y altivo; sin embargo, demuestra su temor a Dios al pedirle ayuda, y reconoce que no es digno de tenerlo bajo su techo, ni siquiera de estar en su presencia. Sabía quién era Él y por esto mismo recibió su milagro.
Pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Romanos 5:8 NTV

Sobre el mal triunfó el Amor


No, no será Satanás quien al final se lleve la victoria.
No, no será el pecado, ni la muerte la triunfante…
No, no será el “maligno” quien se encargue de cerrar la historia,
dejando al ser humano lejos de Dios, y errante…
Jesucristo, “eterno rey de gloria”,
te invita a arrepentirte para cubrirte con su amor y perdonarte.
El tiempo del final está cercano…
mas el Señor bendito te convida
en el Apocalipsis, “a sus aguas de vida” (Apc. 2 1:6).
Si crees en Jesucristo su hijo amado,
en su cielo, en su “casa”, bien cuidado,
ya lejos de muerte, de dolor y ruina… (Apc. 21:4).
No, no será el triunfo del mal quien predomine
sobre esta infeliz humanidad esclavizada.
Tú no permitas que Satanás te alinee y te domine,
no permitas el vivir y el morir encadenado.
Puedes clamar a Jesús; que Él te redime
del juicio, la condena y de las llamas.
Somos “más que vencedores” porque somos del Señor,
que es “Señor de los señores”, que a Satanás derrotó…
Clavado en la cruz, en el Gólgota, dio el grito; “¡se consumó!”
“Sangre y agua de la roca, de su “costado brotó” (Jn. 19:34).
Con esa sangre bendita, Cristo limpia al pecador (1ª Jn. 1:7).
Satanás está vencido, sobre el mal triunfó el amor.

¿Hay un Infierno?

Si preguntáramos al hombre de la calle ¿hay un infierno?, probablemente nos diría, “¡No, Señor, eso es un cuento de mal gusto!” Por lo menos un 70 % de la población humana no cree en la existencia del infierno. Otros muchos otros no sabrán qué decir. Y hay muchas personas que piensan que pueden probarnos que “lo del infierno” es un mito. Desde luego, sobre este particular hay mucho que discutir.
UNA ENSEÑANZA FALSA MUY PELIGROSA
A través de nuestro estudio de investigación bíblica, comenzaremos con una cita muy breve. La encontramos en 2 Timoteo 2.16-18“Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad. Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales son Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos.”
Estas palabras las escribió el apóstol Pablo. Para él no era igual lo que se decía de palabra que lo escrito, por lo que insistió en la enseñanza de la verdad bíblica. Resulta que la cuestión de la resurrección y del infierno son, se podría decir, compatibles y no separables. Representan el fundamento de la fe y doctrina cristianas. El que niega la vida después de la tumba, también puede negar el infierno como lugar de castigo.
Pero si no hubiera infierno, ¿dónde quedaría el castigo del pecado? ¿No sería un concepto vacío? Todo el sufrimiento y la muerte misma de Cristo carecerían de valor. ¿Que significarían entonces, las palabras de Pedro de que “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4.12)? ¿Para qué necesitaríamos “la salvación” si no hubiera el peligro de “la desgracia”? Si no hay infierno, y si el hombre no puede llegar a tener tal desdicha, ¿para qué es la salvación?
Por lo que es preciso que se predique a toda congregación “todo el consejo de Dios” (Hechos 20.27). Y todo “el consejo” incluye también la doctrina del infierno.

En el principio

El hombre responde a la iniciativa divina; es un actor secundario en una historia que es mucho más grande que él.
En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan 1:1;14
La declaración del apóstol es una réplica del relato del Génesis, cuyo origen va más allá de la historia particular del planeta que habitamos: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra". Este "principio" al que ambos autores se refieren, escapa de los parámetros que nosotros usamos para medir el paso del tiempo, pues está escondido en la misma eternidad.
Juan no pretende entrar en el misterio de esta frase. Simplemente, afirma que el Verbo existía desde siempre, porque el Verbo es Dios mismo. Su declaración nos ayuda a asumir, desde el mismo principio, la postura correcta en nuestra relación con el Señor. Él es el origen de todas las cosas, incluso de nuestra propia historia personal. Una y otra vez, a medida que caminemos con Él, vamos a retornar a esta verdad. Cada escena que presenciemos nos conducirá indefectiblemente, a la persona de Dios. El hombre es, y por siempre será, el que responde a la iniciativa divina, un actor secundario en una historia mucho más grande y profunda que el relato de nuestro fugaz paso por este planeta. 
Dios es el origen de todas las cosas, incluso de nuestra propia historia personal.

¿Cómo Ver a Los Otros Con Los Ojos de Dios?

“…SIENDO AÚN PECADORES, CRISTO MURIÓ POR NOSOTROS” (Romanos 5:8b)

La vieja Biblia se encontraba sobre una mesa de "ofertas", para ser vendida, entre cientos de libros andrajosos. Muchas personas la habían tomado en las manos y habían hojeado sus páginas descoloridas. No tenía buena “pinta”, y por supuesto no valía tres euros. Así que, fueron dejándola a un lado. Pero un hombre la agarró y reprimió un grito. Se precipitó al mostrador y pagó el ínfimo coste del libro caduco. Era una Gutenberg original, con un valor estimado de más de un millón cuatrocientos mil euros. Te preguntarás quién sería el que la entregó a la tienda de artículos de segunda mano. ¿Cuántas veces cambió de manos este libro tan antiguo antes de ser rescatado? Inconsciente de su valor, el mundo lo dejó de lado…

Y nosotros hacemos lo mismo, ¿no es así? Hay “semillas de grandeza”, sin verlas, dentro de personas poco prometedoras, que de pronto brotan a la vida y entonces, son reconocidas, “regadas” y nutridas.
En realidad, todos fuimos dejados de lado hasta que Jesús vio algo de valor en nosotros. Pero en vez de pagar un precio de ganga, Él pagó el más alto. Oye: “…siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8b).
Un mundo muy distinto aparecería ante nuestros ojos, si pudiéramos comenzar a ver a cada hombre, mujer, chico y chica como tesoros preciosos sin los cuales Dios no podría “vivir” y por los que Cristo murió para ser rescatados.
Mira el caso de Mateo: cuando Jesús lo encontró, era un colector de impuestos despreciado, un publicano, un escritor de oficio que trabajaba para los romanos. Pero Jesús le dijo:“Sígueme” (Mateo 9:9b), y Mateo lo hizo. Además, “trajo su pluma”, ya que el Maestro tenía para él la misión de escribir el evangelio que lleva su nombre.