martes, 17 de marzo de 2015

Jesús, el Buen Pastor

El Señor es mi pastor y nada me falta. En verdes praderas me hace descansar; a las aguas tranquilas me conduce; me da nuevas fuerzas y me lleva por caminos rectos haciendo honor a su nombre (Salmo 23,1-3).  
Jesús no fue solo un maestro, era alguien que cuidaba a sus discípulos sin imponerles deberes ni responsabilidades superiores a sus fuerzas. Era consciente de su condición, y sabía cuándo hacerlos descansar y relajarse, y cuándo darles instrucción y corrección. Pero esta actitud de preocupación y cuidado de Jesús no se limitaba a sus discípulos, pues se extendía a todas las personas. La ternura de su corazón la vemos en su actitud frente a las multitudes: se iba a descansar, pero decidió enseñarles porque veía que eran como ovejas sin pastor (Marcos 6,34). 

Aunque pase por el más oscuro de los valles no temeré peligro alguno porque tú, Señor, estás conmigo; tu vara y tu bastón me inspiran confianza (Salmo 23,4). Jesús es el Pastor que el Padre nos envió para cuidarnos (Juan 10, 9–11.14–16). En Él ya no estamos perdidos ni dispersos (Jeremías 23,1- 6) sino congregados y bien cuidados. Esta es la razón por la cual venían las multitudes: porque querían ver a Jesús expresar su amor de un modo auténtico y poderoso. La fascinación de verlo realizar milagros, escucharlo enseñar y recibir su amor, despertaba un interés incomparablemente grande. 

La trampa del orgullo

En los últimos tiempos, nuestra cultura ha contribuido, por todos los medios, a elevar nuestro “orgullo” bajo el nombre de “autoestima”. Ambas palabras significan lo mismo: tener un concepto inflado de nosotros mismos.
El orgullo se camufla con el disfraz de la que los psicólogos llaman, autoestima, cuya esencia es “exaltar nuestras cosas buenas y minimizar las malas”. Pero como siempre, la Biblia nos hace volver al punto de equilibrio, contrastando la verdad con lo que dice la mayoría, y el tema de la autoestima no es la excepción.
Se manifiesta fundamentalmente en la forma como pensamos que somos nosotros mismos, y la forma como nos relacionamos con los demás.

El orgullo en la apreciación de nosotros mismos
“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” Romanos 12:3
El orgullo nos impide ver cuán pobres son nuestras obras buenas. Si pudiéramos quitar el orgullo de nuestro corazón, podríamos ver que nuestras buenas acciones no son tan buenas ni tan grandiosas como nuestro orgullo las hace parecer. El orgullo es un enemigo que nos oculta nuestra triste realidad:
-        Impide ver nuestros pecados ocultos, para retrasar nuestra santidad.
-        Infla nuestra bondad y reduce nuestra maldad, para poder juzgar a otros.
-        Disfraza nuestros fracasos y debilidades, para hacernos ver como víctimas de los demás.
-        Exagera nuestros triunfos, para que busquemos los aplausos.
-        Se jacta de nuestra sabiduría, y retarda nuestro conocimiento.
-        Miente al hacernos creer que siempre tenemos la razón y dificulta pedir perdón.
-        Nos engaña al hacernos ver como más importantes y mejores que los otros, buscando todo merecimiento.
-        Enmascara nuestra perversidad con hipocresía, para cuidar nuestra reputación.

El orgullo en nuestra relación con los demás
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Filipenses 2:3-4
El orgullo nos hace tener un alto concepto de nosotros mismos, y ver
a los demás como inferiores; nos hace adoptar posturas de pensamiento y acciones altivas, queriendo dominarlos sutilmente. El orgullo no permite que nuestra imagen y gloria estén amenazados, nos lleva a reclamar siempre nuestros derechos y a ocuparnos de que “se haga justicia”, sin tener en cuenta la justicia del otro. El orgullo afecta a nuestras relaciones sociales porque dificulta la convivencia con los demás y sobre todo, nuestra relación matrimonial.
¿Cómo sabemos hasta qué punto somos orgullosos? Vemos aquí, una lista de actitudes; conque una sola de ellas se haga evidente en nuestro carácter, ya se demuestra que tenemos un corazón altivo:

-        Se ofende fácilmente.
-        Es impaciente.
-        Siempre está a la defensiva.
-        Le preocupa mucho su apariencia.
-        Necesita ser elogiado y aprobado.
-        Quiere sobresalir, compite.
-        Es controlador y le gusta mandar.
-        Se preocupa por el que dirán.
-        Busca ser recompensado.
-        Pelea por sus derechos sin importar a quien pisotee.
-        Siempre tiene la razón, le es difícil pedir perdón.
-        Se burla y critica al que no es como él.
-        Cree que es más espiritual que otros.
-        Cree que todo se lo merece, le dificulta ver lo que otros hacen para su bien.
-        Es perfeccionista y todo debe hacerse a su manera.
-        No acepta consejos, siempre cree saber qué hacer.
-        No sabe escuchar, solo piensa en sus problemas.
-        No asume su responsabilidad cuando se equivoca, busca culpar al otro.
-        No administra bien el dinero, o se queja de su escasez, pues quiere más de lo que puede tener.
-        No admira las cosas buenas de sus iguales. No le gusta que otro prospere.
-        Menosprecia al pobre y al que está en posición social menor.
-        Usa sarcasmos para referirse a los menos favorecidos.
-        Es rápido para encontrar las faltas de otros.

La mente es el campo de batalla

Nuestros pensamientos nos meten en problemas más que ninguna otra cosa. Es así, porque nuestros pensamientos son las raíces de cada palabra y hecho. En Isaías 55:8, el Señor dice: “Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos”. Desechemos, por carecer de trascendencia, lo que podamos pensar, Dios ha escrito sus pensamientos para nosotros en su libro, la Biblia. Debemos examinar nuestros pensamientos a la luz de la Palabra de Dios, siempre dispuestos a someter nuestros pensamientos a los suyos, sabiendo que los suyos son los mejores. 
Esto es exactamente el punto señalado en 2 Corintios 10:4, 5. Por medio de cuidadosas estrategias y astuto engaño, Satanás intenta establecer “fortalezas” en nuestra mente. Una fortaleza mental es un área en la cual somos esclavos de una manera equivocada de pensar. Examine lo que hay en su mente. Si no está de acuerdo a los pensamientos de Dios (la Biblia), deseche sus propios pensamientos y en cambio, piense en los de Dios. Para hacer esto, debe conocer la Palabra de Dios lo suficientemente bien para comparar sus pensamientos con lo que está en la mente de Dios.
Las personas que viven con la vanidad de su mente, no sólo se destruyen a sí mismas, sino que muy a menudo, acarrean destrucción a quienes los rodean. Sin embargo, aquellos que viven por la verdad de Dios son bendecidos, y traen bendición a los demás. ¡La mente es el campo de batalla!
En el campo de batalla de la mente, usted ganará o perderá la guerra que Satanás ha declarado en su contra. Ore para que deseche las ideas y todo lo altanero y elevado que se exalta a sí mismo en contra del conocimiento de Dios, llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Jesucristo, para que pueda vivir en victoria, gozo y paz.

¿Debe la tradición Católica tener igual o mayor autoridad que la Biblia?

¿Debe concederse a las tradiciones eclesiásticas la misma autoridad que tienen las Escrituras? o, ¿deben seguirse las tradiciones de la iglesia solo si están en total concordancia con la Escritura? La respuesta a estas preguntas juega un importante papel para determinar lo que tú crees y cómo vives la vida cristiana. Ante todo, tengamos en cuenta que la Escritura es la única fuente autoritativa e infalible, para la doctrina y la práctica cristiana. Las tradiciones solo son válidas si tienen su origen en el firme fundamento de la Escritura, y si están en total acuerdo con toda ella. A continuación vamos a ver siete razones bíblicas que respaldan la enseñanza de que la Biblia debe ser aceptada como la autoridad para la teoría de la fe y su práctica:

(1) Es la Escritura de quien se dice haber sido inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16), y es la Escritura la que contiene la repetida frase “Así dice el SEÑOR...”. En otras palabras, es la Palabra escrita la que repetidamente es vista como la Palabra de Dios. De ninguna tradición eclesiástica se ha dicho que sea igualmente infalible e inspirada por Dios.


(2) Es la Escritura a quien Jesús y los apóstoles recurrían una y otra vez para la base o defensa de sus acciones y enseñanzas (Mateo 12:3,519:422:31Marcos 12:10). Hay más de 60 versos en los que se lee “está escrito....” usados por Jesús y los apóstoles para respaldar sus enseñanzas.

(3) Es la Escritura hacia donde la iglesia es encomendada para combatir el error o errores que habrían de surgir (Hechos 20:32). De igual manera, es la palabra escrita la que era consultada en el Antiguo Testamento como fuente de verdad, y sobre la cual se basaba la vida. (Josué 1:8Deuteronomio 17:18-19Salmo 1; Salmo 19:7-11119; etc.) Jesús dijo que una de las razones por la que los saduceos estaban equivocados, concerniente a la resurrección, es que ellos no conocían las Escrituras (Marcos 12:24)

(4) La infalibilidad jamás se estableció como propiedad exclusiva de aquellos que se convirtieran en líderes de la iglesia, sucediendo a los apóstoles. En ambos Testamentos, Antiguo y Nuevo, se puede ver que algunos líderes religiosos eran responsables de que el pueblo de Dios se extraviara en el error (1 Samuel 2:27-36Mateo 15:1423:1-7Juan 7:48Hechos 20:30Gálatas 2:11-16). En cambio, ambos Testamentos exhortan a la gente a estudiar las Escrituras para determinar lo que es verdadero y lo que es falso (Salmos 19;119Isaías 8:202 Timoteo 2:153:16-17). Mientras que Jesús enseñó respeto hacia los líderes religiosos (Mateo 23:3), enseñanza que siguieron los apóstoles, tenemos también, el ejemplo de los mismos apóstoles de resistir la autoridad de sus líderes religiosos, cuando estaban en oposición a lo que Jesús había ordenado (Hechos 4:19)

(5) Jesús compara las Escrituras con la palabra de Dios (Juan 10:35). Como contraste, cuando se trata de tradiciones religiosas, Él condena algunas de ellas porque contradicen la Palabra escrita (Marcos 7:1-13). Jesús nunca usó las tradiciones religiosas como soporte a Sus acciones o enseñanzas. Antes de la escritura del Nuevo Testamento, el Antiguo Testamento era la única Escritura inspirada. Sin embargo, había literalmente cientos de “tradiciones” judías registradas en el Talmud (una colección de comentarios compilados por los rabinos judíos). Jesús y los apóstoles seguían tanto el Antiguo Testamento como la tradición Judía. Pero en ninguna parte de la Escritura, Jesús o alguno de los apóstoles se refiere a las tradiciones judías. En cambio, Jesús y los apóstoles sí citan o aluden al Antiguo Testamento cientos de veces. Cuando los fariseos acusaron a Jesús y los apóstoles de “quebrantar las tradiciones” (Mateo 15:2), Jesús les respondió con una reprensión, “...¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?” (Mateo 15:3). La manera en que Jesús y los apóstoles priorizaban y distinguían entre las Escrituras y las tradiciones que tenían, es un ejemplo para la iglesia. Jesús específicamente, reprende el tratar a los “mandamientos de hombres” como doctrinas (Mateo 15:9).

(6) Es la Escritura la que tiene la promesa de infalibilidad; que toda ella sería cumplida. Nunca es dada esta promesa a las tradiciones de la iglesia (Salmos 119:89,152Isaías 40:8Mateo 5:18Lucas 21:33).


(7) Son las Escrituras las que son el instrumento del Espíritu Santo y Su medio, para derrotar a Satanás y cambiar vidas. (Hebreos 4:12Efesios 6:17).

“... y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2 Timoteo 3:15-17).¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido.” (Isaías 8:20)

El llamado de Dios

¿Algunas veces piensa usted en Dios como alguien “cercano y personal”? En vez de estar distante y de ser inaccesible, el Creador del universo ha buscado siempre acercarse a nosotros. Para salvarnos, decidió identificarse con el hombre al enviar a su Hijo Jesús a vivir en la Tierra. También hizo posible que su Espíritu morara en nosotros como nuestro consejero y guía. El Padre invita a todos a tener una relación personal con Él, y se complace cuando le seguimos de cerca.
Si nos fijamos en su llamado a diversas personas, a lo largo de la historia registrada en la Sagrada Escritura, es evidente que no se trata de algo arbitrario y/o general (Jeremías 1.5). Dios desea que usted lo busque con todo el corazón, para que pueda encontrarlo a Él y al futuro que ha ideado para usted (Jeremías 29.11-13).
Pero la prioridad absoluta de Dios para todos, es el llamado a la salvación; Él quiere que abramos la puerta de nuestro corazón para poder limpiarnos y hacer un trabajo de transformación en nuestra vida. Nos llama individualmente para que podamos recibir su amor, su perdón y una nueva identidad por medio de un nuevo nacimiento: el espiritual.
Tu destino eterno depende de la decisión de responder a su llamado con un corazón abierto. Aceptarlo es emprender la aventura de una vida nueva llena de propósito -la vida con Él, para lo cual fuimos creados. ¿Ha respondido usted a este increíble llamado? Si lo hizo, reafirme su compromiso con Él. Si no ha respondido todavía a la invitación, haga de hoy el día que lo cambiará todo: reciba al Señor Jesús como su Salvador personal, y hágalo el Señor de su vida.