lunes, 2 de marzo de 2015

Llenando el cántaro

Un hombre envió a su joven hijo a llenar un cántaro al río, y le dijo que volviera lo antes posible. El joven obedeció y fue hacia el río mientras su padre le observaba de lejos.
Entonces, éste vio a su hijo poniendo el cántaro debajo de una cascada, y la fuerza del agua fue tal y la cantidad tan grande, que el líquido no logró entrar al recipiente pues su cuello era demasiado delgado. Cuando el hijo llegó con el cántaro, le mostró cómo el cuello del mismo había sido roto por el fuerte y constante golpeteo del agua. Además, este hecho provocó que la poca agua recogida llegará turbia y sucia. El padre preguntó entonces:
- ¿Por qué no sumergiste el cántaro en el río? ¿No veías que el agua de la cascada era demasiada para el cuello del cántaro?”. El hijo contesto:
“Sí, pero es que quería llenarlo lo más rápido posible”.

“La belleza está en los ojos del que la contempla”

Los cánones de belleza física están condicionados por la cultura. En otras palabras, lo que se considera bello o deseable para algunos pueblos puede resultar feo, e incluso desagradable, para otros. Por ejemplo: los masáis consideran atractiva la lengua negra; los sirios las cejas muy tupidas; en cambio los mongos, ven hermosa la falta de cejas y pestañas. Los hotentotes destacan las nalgas gigantescas; los chinos los pies pequeños; los ila los ombligos grandes y… así podemos seguir hasta el infinito. De lo que se deduce que el tema del atractivo físico es bastante variable, subjetivo.
Mientras, en algunas culturas como la occidental, lo “hermoso” representa los criterios de cualquier concurso de belleza; en otras sociedades no está definido en términos físicos, sino más bien como ciertos caracteres que hacen al comportamiento.
Los estudiosos de la materia, dicen que no existe un cuerpo deseable para la generalidad de los pueblos. Un ejemplo claro de ello es la consideración de la obesidad. Cada persona sabe lo que la gordura significa en su grupo social y actúa en consecuencia. En las sociedades en las que la comida escasea, ser gorda o gordo es señal de salud y estatus social. De ahí que en los pueblos del oeste de África resulten atractivas las personas obesas; cuando para otras culturas no lo es.

Jesús te espera

El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. 2 Pedro 3:9.
Jesús, cansado, estaba sentado junto al pozo de Jacob (Juan 4:6) en Sicar, ciudad de Samaria. En eso llegó una mujer con su cántaro a sacar agua. Era una samaritana despreciada, una mujer que vivía en el desorden moral. No sabía que se hallaría ante Quien conocía toda su vida.
Cuando llegó al pozo, se extrañó de que un hombre judío le pidiera de beber. Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Juan 4:10). Esta respuesta despertó en ella la necesidad del agua que verdaderamente apacigua la sed. “Señor”, dijo ella, “dame esa agua, para que no tenga yo sed” (4.15). 

Desde la cisterna

Esta es la historia de la vida de José. Cuenta cómo debió haberse sentido mientras se encontraba en aquella cisterna, lo que tuvo que experimentar para que se cumpliera el propósito de Dios en su vida. Así que, como si fuera él, espero que este texto sea de bendición a sus vidas.
Señor, ¡mira como me han arrojado a esta cisterna! Por causa de mi amor a tu nombre, por querer hacer bien las cosas y ser diferente, me han tirado como si fuera un "don nadie". Me han aislado, han querido apartarme por envidia y molestia. El dolor que siento por la traición es grande, porque fueron mis propios hermanos los que me hicieron este daño. Se han burlado de mí, me han criticado y menospreciado. Han causado una herida mortal en mi alma.
Padre, aquí estoy en plena oscuridad, ¡casi no puedo ver nada! Pero aunque con mis ojos no puedo ver ni mi ser entiende lo que sucede, con mi corazón te siento y con mi fe te veo y puedo declarar que te alcanzaré.
Ahora mis hermanos me han sacado para venderme, pero en realidad, algunos querían matarme. Parece que de ser hijo, ahora soy un simple mendigo. Lo tenía todo y ahora sirvo de esclavo en casa extraña. Pero aunque no entiendo nada, sé que sigues teniendo el control. Porque los sueños que yo tuve, no fueron míos, Tú los sembraste en mí. Pese a todo, yo te veo obrar porque eres muy real. Ha pasado algo de tiempo, pero de esclavo me han ascendido a mayordomo. El dueño de la casa confía en mí y no lo quiero defraudar. Tú has permitido que traiga bendición a este lugar y él lo ha notado. Lo que sí me preocupa es que su esposa me mira de un modo extraño, ¡me hace sentir incómodo, no me atrevo ni a mirarle! Dame fuerzas Señor, y no permitas que caiga cautivo de la tentación.
¡Dios mío, mira ahora donde me encuentro! Cuando creía que todo iba mejorando, me acusan de algo que no cometí. Estoy preso en una cárcel, distante de todos, muy lejos de mi hogar. Hazme rememorar mi sueño en ti, porque me alienta y me da esperanza. Porque aunque yo no sé lo que harás, tengo confianza en ti, sé que vas a obrar. Que mi fe no decaiga porque aunque estoy pasando por el fuego, espero brillar como el oro.

El poder positivo de la confianza

El apóstol Pablo era un hombre de una gran confianza. Durante una parte de su vida, estuvo basada totalmente en sus credenciales, o sea, en su educación y posición. Pero su encuentro con el Señor (Hechos 9.1-6) le hizo darse cuenta del poco valor de esas cosas. ¿Cuál era, entonces, la base de su nueva confianza?
La relación de Pablo con el Señor se convirtió en el nuevo fundamento de su vida. Al ver sus antiguos derroteros en vida como un capítulo cerrado, abrazó su nueva vida en Cristo. Pablo no solo reconoció la insuficiencia de todo aquello en lo que había confiado, sus conocimientos, logros y autoridad, sino que también se despojó de cualquier atisbo de vida independiente de Dios. El apóstol se convirtió en un hombre que dependió totalmente del Señor (Gálatas 2.20).
La confianza inquebrantable de Pablo en la fidelidad de Dios, tuvo un papel clave. Creía en su promesa de fortalecerlo y equiparlo; de guiarlo en todas las situaciones; de atender todas sus necesidades; y de que nunca lo abandonaría. Al enfrentarse a pruebas, Pablo experimentaba el poder del Espíritu Santo que fluía en él. Al creer en lo que Dios decía, podía enfrentarse a las adversidades con valentía. Su confianza no era en sí mismo, sino en la presencia, la ayuda y el poder de Dios; por eso se mantuvo firme.
¿Ve usted la razón y la clave, por la que podemos estar confiados los seguidores de Cristo? Lo que importa no es lo que somos, lo que creemos sobre nosotros mismos, o las fortalezas y las capacidades que tenemos. Desarrollar una confianza absoluta en Cristo es lo que produce la verdadera confianza. ¿Cuánto confía usted en Él?
Lectura bíblica: Filipenses 4.4-13