Miramos nuestras posibilidades y recursos, y pensamos que no bastan. Nos comparamos con otros y sentimos que no son suficientes, que son muchas las cosas que nos faltan para lograr ser instrumentos de Dios. Y pensamos e imaginamos que Dios nos las dará de una determinada forma, en cierto lugar y tiempo.
El caso es que hace unos días meditaba en una palabra profética, que hace años Dios depositó en mi vida. Cuando Dios habla de llegar al mundo, imaginamos que será como un avión, y podría ser así. Pero no se nos ocurre pensar llegar al mundo a través de un medio como Internet. No imaginamos que una palabra depositada en una vida a la que podamos alcanzar, puede marcar la vida de... generaciones, no pensamos que Dios puede usarnos como instrumentos para marcar la vida de alguien, y esas personas, tocadas ya por su poder, jamás serían las mismas.
Para ello, lo primero que Dios necesita de nosotros es deseo y disposición. Entrega y pasión, esa llama que avive nuestro interior y nos haga entrar en su presencia, para descubrir esos hermosos secretos que están reservados a los que le buscan insistentemente en oración. Es necesario que dejemos a un lado los temores, que desechemos los pensamientos negativos y nos pongamos en acción. Y la acción requiere movimiento.