viernes, 30 de enero de 2015

La mirada de Dios

(Adán respondió a Dios:) Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Génesis 3:10.
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.1 Juan 1:9.

"El ojo estaba en la tumba y miraba a Caín." Con este verso termina un célebre poema de Víctor Hugo, el cual traduce el agudo sentimiento de culpabilidad llegado el caso, del que ninguno de nosotros puede escapar. Lo queramos reconocer o no, somos culpables ante Dios. Nos hemos sublevado contra su amor y su autoridad. Nuestra conciencia nos lo confirma.
Pero en el Salmo 130:4 el salmista se dirige a Dios, diciendo: “En ti hay perdón”. Él puede otorgárnoslo, porque Jesús soportó en la cruz el juicio que merecíamos a causa de nuestros pecados. Murió en nuestro lugar para que fuésemos perdonados y hechos justos. Para aquel que cree, el sentimiento de culpabilidad desaparece. Este alivio del peso de los pecados no se gana, sino que se recibe como un don de Dios por medio de la fe.
Cristianos, la muerte de Cristo nos libera y nos purifica de todas nuestras faltas, de las cometidas antes y después de nuestra conversión. No nos dejemos agobiar por pecados que ya hemos confesado a Dios. Por supuesto que debemos procurar reparar el daño hecho, pero no olvidemos que nuestra relación con Dios fue establecida una vez y para siempre, por medio de la muerte de Jesucristo.
Podemos llegar a perder el gozo de esta relación, es decir, la comunión con Él. Pero la volveremos a recuperar, si con humildad confesamos ante Dios la falta que nos hizo perder esa comunión.

Momentos con Dios

“Envía tu luz y tu verdad; estás me guiarán; me conducirán a tu santo monte, y a tus moradas. Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo; y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío”.
(Salmos 43:3-4)
¡Amo el libro de los Salmos! Quedo cautivado, extasiado y sin palabras, cuando me adentro en esas hermosas composiciones que escribieron diferentes salmistas, aunque entre ellos, el más destacado es David. Me gusta percibir, a través de esos versos, de los clamores, plegarias y cánticos, la confianza que ellos tenían en la fidelidad y el amor de Dios. La sencillez y transparencia de sus almas sabían reconocer cuándo necesitaban de la misericordia y el perdón de Dios, y también cuándo era el momento indicado para alabarle, invocarle y decirle cosas hermosas al oído de Dios.
Tú y yo debemos procurar a diario entrar al monte, al altar de Dios. Y el altar mayor está en nuestro corazón y lo abrimos, cuando en oración nos postramos y adoramos a ese Ser que nos dio la vida y que continuamente, hace maravillas y cosas increíbles en nosotros; cuando le cantamos, cuando pedimos su dirección y guía para las cosas que vamos a hacer, cuando le consultamos sobre nuestras más anheladas aspiraciones. Y Él nos envía su luz, su sabiduría, y nos hace conocer las cosas que tiene para nosotros. Él nos hace entender siempre que sus caminos y pensamientos nos llevarán más lejos de lo que imaginábamos.

Vuelve a casa

Desaprovechamos las bendiciones que Dios nos ha dado para ser sus hijos, a cambio de diversión. Gracias a Dios, Él nos ama incondicionalmente y siempre está esperándonos.
Vuelve a casa para que Dios sane sus heridas. Él te espera con los brazos abiertos.

Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.
Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y no soy digno de ser llamado tu hijo.
Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.
Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y ha sido hallado. Y comenzó a celebrar.
Lucas 15: 20-24

¿El alma humana es mortal o inmortal?

No hay duda de que el alma humana es inmortal. Esto está claramente apreciado en muchas Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: Salmos 22:26 Salmos 49:7-9; Eclesiastés 12:7; Daniel 12:2-3; Mateo 25:46; 1 Corintios 15:12-19. Daniel 12:2 dice que “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.” De forma similar, Jesús mismo dijo que los impíos “…irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25:46). Con la misma palabra griega usada para referirse tanto al “castigo” como a la “vida,” está claro que ambos, los impíos y los justos tienen un alma inmortal/eterna.
La clara enseñanza de la Biblia es que toda la gente, se salven o se pierdan, pasarán la eternidad en el cielo o en el infierno. La verdadera vida o la vida espiritual no cesa cuando nuestros cuerpos físicos terminan con la muerte. Nuestras almas vivirán para siempre, sea en la presencia de Dios en el cielo si es que somos salvos, o en el castigo del infierno si rechazamos el regalo de Dios de la salvación. De hecho, la promesa de la Biblia no es que solo nuestras almas vivirán para siempre, sino que también nuestros cuerpos serán resucitados. Esta esperanza de resurrección corpórea, está en el corazón mismo de la fe cristiana. (1 Corintios 15:12-19).
Mientras que nuestras almas son inmortales, es importante recordar que no somos eternos como lo es Dios. Dios es el único ser verdaderamente eterno, porque solamente Él no tuvo ni principio ni tendrá fin. Dios siempre ha existido y siempre continuará existiendo. Todas las demás criaturas conscientes, humanas o angélicas, son finitas porque tuvieron un principio; mientras, nuestras almas vivirán para siempre una vez que comenzaron a existir. Nuestras almas son inmortales porque es como Dios las creó, pero ellas sí tuvieron un principio; hubo un tiempo en el que no existían.

La Carrera - Reflexiones

En una ocasión, en la carrera de los 100 metros con obstáculos de las olimpiadas de 1980, salieron los 8 competidores.
El número 5 tiró el primer obstáculo, luego el segundo y el tercero; su desesperación fue tanta que no pudo saltar completamente el cuarto y tropezó con el, cayendo pesadamente. Desde el suelo vio a los demás alejarse, sin embargo se puso en pie y continuó la carrera; se dio cuenta de que su rodilla sangraba y que su pierna no tenía la fuerza necesaria por el golpe, pero aún así continuó, tropezando mas adelante con otro obstáculo y cayendo nuevamente.
En ese punto, los otros competidores ya habían pasado la meta, y los que estaban alrededor de la pista le decían que abandonara pues estaba sangrando, y que de todas formas, ya no iba a ganar la carrera. Pero este atleta no les hizo caso, se levantó y siguió adelante; su objetivo era llegar a la meta, y lo iba a lograr parara lo que pasara. La gente en las gradas estaba atónita al ver la perseverancia de aquel hombre.
Finalmente llegó a la meta. En ese momento todo el estadio olímpico se puso de pie, y estalló en una ovación al hombre que había demostrado qué era lo más importante en una carrera: ¡Perseverar hasta el final sin importar los tropiezos!