Sabemos que nosotros hacemos nuestra parte de ser prudentes, y todo lo demás, lo que no podemos controlar, está en manos de Dios.
Resonaron en mi mente estas palabras del Señor: “La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da”. La paz que el mundo nos ofrece es como una débil cuerda en la que pende nuestra vida, una débil cuerda que siempre está a punto de cortarse. Aquellos que confían en las cosas que brinda el mundo, difícilmente logran una paz profunda y duradera. Porque siempre que decidan asegurarse en algo, aparecerá otra amenaza que desestabilizará sus vidas.
Si temes que tu pareja te deje o se muera, debes entregarlo en las manos de Dios. Si temes a la enfermedad, a las desgracias, a la pobreza, al fracaso, al desempleo, a la soledad, al rechazo, o a lo que te puedan hacer las personas, debes entregar todo esto en las manos de Dios, y Él te guardará más de lo que puedas imaginar.
Nosotros no podemos pretender controlar las catástrofes del mundo, ni las pestes destructoras, ni los accidentes, ni tampoco ciertas cosas más pequeñas. Y aunque pongamos mucho empeño en controlarlo todo, tampoco el mundo nos puede brindar una paz totalmente efectiva. Por eso nuestra paz es estar en las manos de Dios, confiar en su presencia, en su poder infinito, en su amor incondicional, Él nos brinda una seguridad eterna.