lunes, 24 de noviembre de 2014

Señor ¿por qué no puedo cambiar?

¿Alguna vez prometió solemnemente abandonar un mal hábito, para caer de nuevo al poco tiempo, en el mismo? Los sentimientos de culpa pueden llevarle a prometer no actuar de la misma manera otra vez. Usted decide hacer lo correcto, pero el día siguiente el ciclo se repite cediendo a las mismas tentaciones. La derrota le deja preguntándose: ¿Qué pasa conmigo? ¿Por qué no puedo vencer esto? La desesperación por el fracaso repetitivo le produce resignación y confusión. Usted quiere saber y pregunta: Señor, ¿por qué no puedo cambiar?
Todos hemos querido honrar a Dios, pero hemos vuelto a los viejos hábitos pecaminosos casi de inmediato. ¿No se supone que la vida cristiana es liberadora y victoriosa? Después de todo, la Biblia dice. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5.17). ¿Por qué, entonces, el pecado habitual se apodera de nosotros? ¿No se supone que Cristo cambia todo esto? Si somos nuevas criaturas, ¿por qué seguimos actuando mal? Nos sentimos totalmente desorientados...
Entonces, ¿cómo podemos quedar libres de las conductas pecaminosas? Primero, tenemos que examinar cómo se produce el cambio en la vida cristiana. La salvación es una obra instantánea de Dios, que sucede en el momento que recibimos al Señor Jesús como Salvador. Pero a partir de ese momento, uno entra en un proceso continuo de transformación llamado santificación. El propósito del Señor es moldearnos a la imagen de Cristo, pero este proceso requiere de nuestra cooperación. Esto es lo que quiere decir la Biblia cuando expresa: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2.12). Si descuidamos esta nuestra responsabilidad, nos encontraremos luchando con los mismos problemas una y otra vez. Pero si nos sometemos al Espíritu Santo, Él ejercerá su influencia en cada aspecto de nuestras vidas. Los viejos hábitos pecaminosos se disiparán, y serán reemplazados por una nueva conducta agradable a Dios.
El camino a la transformación
Convertirnos en las personas que Dios quiso que fuéramos al crearnos, es un proceso de adentro hacia fuera. O sea, ya que nuestros pensamientos gobiernan nuestras emociones, decisiones, acciones, actitudes y palabras, cualquier transformación duradera debe comenzar con la mente. Si lo único que queremos es modificar nuestra conducta, nunca experimentaremos la victoria a largo plazo. Lo que necesitamos es una nueva manera de pensar.
Esto puede lograrse solamente, con lo que la Biblia llama la renovación del entendimiento (Romanos 12.2). No es una transformación repentina, sino un proceso que dura toda la vida. En el momento de la salvación, el Señor no borra todos nuestros patrones negativos y pecaminosos, así como tampoco elimina definitivamente nuestras imperfecciones físicas. Si usted tenía una cicatriz en su brazo antes de recibir a Cristo, seguramente la seguirá teniendo.
Somos un reflejo de todo lo que hemos estado pensando durante años. Desde el principio se nos enseñó a responder a las situaciones de cierta manera, con un patrón de respuesta particular, y esto tiene relación con cada aspecto de nuestras vidas. En algunos casos, podemos ver cómo las expresiones de las personas, revelan la manera como se han desarrollado sus mentes a lo largo de su vida, grabando en sus rostros su preocupación, dolor o sentimientos de culpa. Mírese en el espejo. ¿Ve usted el gozo de Cristo en sus ojos? ¿O su aspecto delata los efectos destructivos del pecado? La buena noticia es que, dejando de lado sus pensamientos del pasado, Dios puede enseñarle a pensar de manera diferente. Él le da su Espíritu para guiarle en un proceso que produce una restauración real y un cambio permanente.

¿Cuál Es La Tendencia Política De Dios?

Pensaba en la idea que tiene Dios en mente acerca de la política, cuando me imaginé el siguiente cuadro. Un niño conversando con su padre después de lograr salir de una calle llena de disturbios y barricadas, guardias nacionales armados hasta los dientes sin muestras de humanidad, y jóvenes altivos lanzando piedras y quemando todo a su paso.
Imaginaba a aquel niño, confundido y aturdido a su tierna edad por los acontecimientos presenciados de los que finalmente, junto a su padre, pudo ponerse a salvo; y el niño le pregunta a su padre: “Padre, ¿por qué sucede todo esto, qué piensa Dios, qué dice Dios de todo lo que está pasando en nuestro país?”
El padre, sin tener ni idea de qué decir, en silencio y con lágrimas en sus ojos, le hace un breve comentario sobre la Ilíada como para salir del paso, y le dice: “lo que entiendo de los viejos mitos griegos de antaño, es que los dioses unas veces estaban a favor de los troyanos y otras a favor de los helenos, hijito mío; es decir, unas veces apoyaban un bando y otras veces a otro. Quién sabe, hijo mío, si Dios juega con nosotros a ver quién resiste más”.
El niño, consternado por la respuesta de su padre, busca a su madre que es creyente, y le hace la misma pregunta. La madre le dice: “hijito mío, a veces ni los creyentes sabemos qué responder…” Era obvio que el niño debía preguntarle al propio Dios.

No nos metas en tentacion

No nos metas en tentación, mas líbranos del mal. Mateo 6:13.
El que piensa estar firme, mire que no caiga…fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. 1 Corintios 10:12-13.
Experimentar el perdón de Dios no debe volvernos tolerantes respecto al pecado. Al contrario, cuanto más conscientes somos de la gracia de Dios, tanto más debemos temer deshonrarlo. Jesús nos enseña a implorar la protección divina para no ser vencidos por las tentaciones. Puede surgir en circunstancias adversas: en la enfermedad, en la pobreza o la humillación. En esas circunstancias, corremos el riesgo de endurecernos con Él, de volvernos hirientes y dudar de la bondad de Dios. Pero las tentaciones también nos acechan cuando la vida nos sonríe. Entonces es grande el peligro de caer en el orgullo y el egoísmo.
De hecho, la tentación nos impulsa a tomar una elección: o hacemos nuestra propia voluntad, o confiamos en Dios para obedecerle cueste lo que cueste. Todos nos sentimos débiles ante tal elección. Por esta razón, le pedimos humildemente a Dios, que no seamos expuestos a la tentación ni colocados en situaciones en las que el mal podría dominarnos. Y conociendo nuestra debilidad, nosotros mismos debemos procurar evitar esas ocasiones.
Agregamos a nuestra oración: “Líbranos del mal”. Con esto reclamamos un favor que está a nuestro alcance solo por la victoria de Jesús: victoria sobre el mal, sobre el tentador y sobre el mundo.
 

A Dios le hace feliz que tú seas feliz

Nuestro Dios tiene sentido del humor. Él quiere sobremanera, sorprendernos con sus detalles de amor. Le gusta vernos entusiasmados y rebosantes de alegría al iniciar un proyecto. También cuando disfrutamos de las cosas que hacemos y de saber quiénes y cómo somos.
Dios sonríe cuando nos ve trabajar a gusto, cuando disfrutamos haciéndolo. Nos complace hacerlo cuando sabemos que es un don que Dios nos regaló para bendecir a otras vidas, un don que permite a las personas escudriñar y escuchar sus propios corazones. 
Si te dedicas de corazón, con pasión y sinceridad, a todo lo que haces, sin duda, Él se siente feliz por ti. A veces las personas ven a Dios como un ser tirano, distante, que se alegra del mal, que le gusta castigar, y hacerlo fuerte a diestra y siniestra.
Pero la personalidad de Dios es la más bella y transparente. Él tiene espacio en su corazón para cada uno de nosotros. Conoce cada detalle de nosotros, interior y exterior. Por eso se deleita cuando te ve juguetear y sonreír; cuando sabe que a pesar de todo, le estás echando ganas a la vida y luchando por alcanzar esa felicidad que a veces parece breve, pero que es tan necesaria.

¿Qué hora es? - Reflexiones

Iba yo por la calle y alguien me paró para preguntarme la hora. ¿Qué hora es, por favor? Debo tener cara de buena persona porque con frecuencia me para la gente para preguntarme la hora o la dirección de alguna calle.
Miré mi reloj y le dije la hora exacta. Luego le indiqué que mirase a su derecha. Allí, muy cerca y en grandes caracteres, había un enorme reloj público que marcaba exactamente la misma hora. Se rió, no lo había visto. Me dió las gracias y siguió adelante.
Haciendo prácticas de informática, la chica que tenía al lado me preguntó la hora. Le señalé el borde inferior derecho de la pantalla de su propio ordenador. Allí estaba la hora con toda claridad y delante de ella misma. Se rió y me dió un beso.
Otro día, otro amigo estaba hablando por su teléfono móvil, acabó la conversación y me preguntó la hora con el teléfono todavía en la mano. Le señalé la pantalla de su teléfono. Allí estaba, una vez más, la hora.
Es el arte de no ver. Tener las cosas delante de las narices y no verlas. Muchas veces, las cosas que pasamos por alto son las mismas que hemos estado buscando. No te pierdas las bendiciones del todopoderoso simplemente porque no están envueltas como tú quieres.
Salmos 19:1 “Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos”
Isaías 35:5 “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán.”