martes, 16 de septiembre de 2014

Espera con el Corazón

Cuando sabemos que tenemos que esperar, algo sucede en nuestro interior que a veces, en lugar de alegrarnos porque recibiremos algo, nos entristece porque aún no lo tenemos. Para todos es difícil esperar, en especial en esos momentos en los que nos es muy urgente recibir una respuesta por una enfermedad, por lo doloroso de una situación emocional o por una necesidad. 
Todo nos parece fácil, excepto tener que esperar porque la espera es sinónimo de que aún no es el tiempo; esto es lo que realmente nos cuesta aceptar.
Pero para algunos es mejor actuar, porque piensan que no hay por qué esperar, que no hay tiempo que perder. Están también quienes se resignan, que no pueden hacer absolutamente nada al respecto de su situación, porque por más que lo intenten es imposible cambiarla; en este caso la espera es obligada porque sí. Hay situaciones realmente duras en las que por mas empeño que ponemos, no podemos hacer nada al respecto y lo único que nos queda es esperar.
Puede que ante nuestra falta de paciencia, podamos cometer errores al tomar decisiones apresuradas, de las que después no hay vuelta atrás y que lo único que hacen es empeorar las cosas. Tratamos de solucionar un problema y provocamos otro, y después nos sentimos peor que al principio; intentamos esperar, pero nuestra hábil mente nos dice tantas cosas que nos preocupamos, nos desesperamos, dudamos... Pero si hay algo que nunca debemos olvidar es que Dios habla al corazón y no a la mente.
Esperar con el corazón es usar algo más que la razón para confiar, es saber hacerlo, porque en nuestro corazón siempre habita la esperanza de que las cosas pueden cambiar. Ahí podemos sentir paz y guardar cada palabra que recibimos de quien nos ama y nos anima a seguir adelante, y que siempre que nos habla es para hacernos saber que aun en la espera, permanece con nosotros. Ese es sin duda alguna, Dios.
No confíes en las circunstancias, desconfía de los problemas y de los comentarios ajenos; tu confianza, aunque a veces parezca que es poca, sigue poniéndola en Dios, porque hay una recompensa para todo aquel que sabe esperar, para quien su corazón sigue estando firme y creyendo que Dios va a actuar. Dios no deja oraciones sin respuesta, ni abandona a los que lo esperan con el corazón.

“El Señor es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda. Mi corazón salta de alegría,
y con cánticos le daré gracias”.

Salmos 28:7 (NVI)

No me gusta - Reflexiones

¿Cuál es la clave del éxito? ¿Qué distingue a las personas que triunfan de aquellas que fracasan? ¿Es posible alcanzar el éxito y mantenerlo? Un indeterminado número de posibles respuestas se agolpan frente a nosotros, intentando señalarnos el camino seguro hacia la victoria personal.
Recuerdo la ocasión en que ingresé a mi primer trabajo. Tenía 14 años y estaba concluyendo el segundo año de la escuela secundaria, cuando un día mi tío me propuso trabajar con él durante el verano. ¡Todo un desafío para un adolescente acostumbrado a ver la televisión, practicar baloncesto y asistir a clases! Sin embargo, acepté el reto y me lancé a la aventura.
Los primeros días fueron facilísimos: todos me sonreían, los jefes tenían paciencia conmigo y sobrellevaba el horario matutino de entrada. Pero al pasar los días, la comodidad se convirtió en normalidad y el asunto se tiñó de "sangre, sudor y lágrimas". Llegué a trabajar durante casi un mes ¡desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche! ¡Quince horas diarias! Llegaba a mi casa, cenaba y caía desplomado sobre la cama, para levantarme cinco horas después...y seguir con la rutina. Nada de televisión, nada de paseos, nada de nada. Sólo trabajar, trabajar y trabajar.
Pero algo “misterioso” sucedía cada dos semanas. Algo que me hacía olvidar el sacrificio y la abnegación de cada día: ¡cobraba un salario! ¡Sí! Por primera vez en mi vida podía disfrutar de mi propio dinero, obtenido con mi propio trabajo. Por primera vez entendí de manera práctica, el valor que tiene el esfuerzo personal con miras a la recompensa, entendí lo que implica lograr el éxito.
San Pablo escribió: “Ustedes saben que, en una carrera, no todos ganan el premio sino uno solo. Los que se preparan para competir en un deporte, dejan de hacer todo lo que pueda perjudicarles. ¡Y lo hacen para ganarse un premio que no dura mucho! Nosotros, en cambio, lo hacemos para recibir un premio que dura para siempre. Yo me esfuerzo por recibirlo, así que no lucho sin un propósito. Al contrario, vivo con mucha disciplina y trato de dominarme a mi mismo” (1 Corintios 9:24-27).
Alguien dijo: “Todas las personas con éxito tienen el hábito de hacer cosas que a los fracasados no les gusta hacer. A ellos tampoco les gusta hacerlas, pero su posible apatía se ve subordinada a la fortaleza de sus propósitos”.

El significado de la mansedumbre

Cuando usted piensa en una persona mansa, ¿qué viene a su mente? 
Vamos a ver los rasgos característicos de la mansedumbre porque raramente obramos así. Manso no significa "débil". Una buena definición de la verdadera mansedumbre podría ser estar enojado solo en el momento correcto, en la medida correcta y por la razón correcta.
La Escritura nos dice que Moisés era muy manso (Números 12:3). A decir verdad, era el hombre más manso sobre la faz de la tierra. Dicho de otra forma, podía mantener un buen equilibrio emocional. ¿Cómo era Moisés? Era paciente y sufrido con los israelitas. Pudo haberlos criticado duramente por sus pecados y rebelión, pero en cambio, rogó por ellos. Cuando Dios le ordenó liderarlos y guiarlos, aguantó durante décadas, reniegos, quejas e insolencia de esas personas que nunca parecían cansarse de probar su paciencia y resistencia. ¡Pero cuando bajó de estar reunido con el Señor en la cima de la montaña y vio a los israelitas inclinarse y venerar al becerro de oro que habían hecho, se enojó tanto que tiró las tablas con los Diez Mandamientos escritos en ellas!

Me quedo con el carpintero

Desde pequeño se destacó por su sed de aprender y su vocación para enseñar. Y a medida que iba creciendo se llenaba de sabiduría, tanto que apenas entró a la pubertad, gustaba de escaparse del hogar para ir a cotejar sus criterios con los más letrados del sector.
Este hombre, hijo de un sencillo artesano y una humilde mujer, compartió desde muy chico, el oficio de labrar la madera para convertirla en objetos útiles. No obstante, muy pronto tuvo que dejar las herramientas y el anonimato, para salir a la luz del ministerio público a trabajar en la obra de su padre celestial.
carpintero

En varias ocasiones, este  joven  maestro subió a los más célebres púlpitos, tomó la palabra, y maravilló a cuantos le escuchaban, incluidos sus enemigos, pues reconocían, aunque fuera para sus adentros, que la expresión del joven tenía contundencia y autoridad. Por eso no fue difícil que sus alumnos se multiplicasen, aunque no todos los que lo siguieron comprendieron fielmente su mensaje, ni se quedaron junto a él.

Sin sueldo base, honorarios extras, ni horario límite, el maestro de este relato hizo de las colinas, las embarcaciones y los desiertos sus mejores aulas, para desde allí anunciar valores imperecederos como el amor, la paz, la justicia, la libertad, y la solidaridad,  los mismos que aún seguimos buscando en estos días.

Auténtico como fue, tenía como ejemplo su propio estilo austero de vida, pues pese a su sabiduría no se dejó atrapar por la vanidad; no persiguió poder ni tesoros materiales; no participó en ninguna campaña política; no buscó el favor de los gobernantes, de los acaudalados ni de los eruditos. Por el contrario, a riesgo de su propia vida, a muchos de ellos combatió con ideas propias, comparándolos con lobos con piel de oveja, con sepulcros blanqueados, puesto que no mostraban unidad entre lo que predicaban y lo que hacían.

Dios y la eternidad

La Palabra de Dios habla claramente de la vida después de la muerte; las personas pasarán la eternidad en el cielo o en el infierno. Sin embargo, muchos creen que esta realidad no es compatible con otras verdades en cuanto a como es el Señor. Aunque sus objeciones son comprensibles, la Biblia ofrece las respuestas a sus preguntas:
¿Cómo puede el Señor ser bueno si permite que algunas personas vayan al infierno? Dios es amor, y no quiere que nadie viva sin Él (1 Juan 4.8; 1 Timoteo 2.4). Toda persona puede dejar el pecado y recibir al Salvador, evitando así la separación eterna de Dios. Pero algunos rechazan a Cristo y viven sin Él todos sus días en la Tierra. Por esta decisión, vivirán excluidos de su presencia por la eternidad.
¿Por qué el Señor creó a ciertas personas, a sabiendas de que nunca creerían en Él? Para algunos, esto parece una crueldad. Sin embargo, la alternativa contraria sería peor. Dios nos creó con libre albedrío, lo que significa que podemos elegir obedecer y seguirle. Si nuestro Padre celestial no nos hubiera dejado ninguna opción, seríamos simples robots, incapaces de amarlo y de adorarlo.
¿No es injusto un castigo eterno, particularmente si los no cristianos nunca escucharon del evangelio? Mientras que los no creyentes están vivos, el Padre celestial hace todo para librarlos del castigo eterno, todo menos violar su libre albedrío. Él da tiempo y evidencias suficientes para que nadie tenga razones para rechazar el camino a la salvación (Romanos 1.20 Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa; Juan 14.6 Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí).
¿Reconoce usted al Señor Jesucristo como su Señor y Salvador? Él quiere que pase la eternidad con Él.