miércoles, 10 de septiembre de 2014

El Kamikaze

Kamikaze es una palabra que se usaba principalmente, durante la Segunda Guerra Mundial, para referirse al piloto de un avión japonés cargado de explosivos cuya misión era lanzarse sobre el blanco, preferiblemente un barco de guerra. El impacto del choque suicida hacía estallar los explosivos, con la certeza de haber dado justamente en el blanco.
Sakaa Kobayashi fue designado piloto suicida y un día, en 1945, cuando ya se encontraba en la cabina de mando de su avión, en Tokio, esperando la orden de despegue para emprender una misión de la que sabía que no había retorno, y los motores estaban ya calIentes, le dijeron desde la torre de control, que Japón se había rendido.
“Me fui a casa abatido y desalentado” dice Kobayashi. “Mi casa había sido asolada por las bombas, mi madre y mi abuela habían muerto. No había trabajo ni comida”. ¡Nada!
Tiempo después, Kobayashi encontró trabajo en una refinería de petróleo donde conoció  a una joven cristiana que le enseñó el Nuevo Testamento que él leía. La muchacha logró convencer a Kobayashi para que fuera a la iglesia con ella. Él accedió por simple curiosidad.
El sermón que escuchó trataba de la necesidad de amar a los enemigos, y su interés aumentó. De nuevo fue a la iglesia y milagrosamente, fue salvo.
“Descubrí el júbilo y la alegría que sólo Cristo puede llevar a la vida, y que Él, que hizo de kamikaze por nosotros, nos manda amar a nuestros enemigos”.

Jesús, nuestro Salvador, ¿por qué la gente lo rechaza?

Quizá haya tantas razones diferentes para rechazar a Cristo, muchas, como la gente que lo rechaza, pero estas cuatro son las principales:
(1) Algunas personas no piensan que necesiten un salvador. Esta gente se considera a sí misma “buena” y no se dan cuenta de que ellos, al igual que toda la gente, son pecadores y no pueden ir a Dios nada más que con su propio esfuerzo. Pero Jesús dijo, “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Juan 14:6). Aquellos que rechazan a Cristo nunca estarán ante Dios y abogarán por su caso basados en sus propios méritos.

(2) El miedo al rechazo social o a la persecución, que desanima a algunas personas a declarar a Cristo como su Señor. Los incrédulos en Juan 12:42-43 no confesaban a Cristo porque estaban más preocupados por su estatus entre sus semejantes, que por hacer la voluntad de Dios: “Con todo eso, aun de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban para no ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.”

(3) Para muchas personas, las cosas que les ofrece el mundo actual son más atractivas e importantes que las cosas eternas. Leemos la historia de un hombre así en Mateo 19:16-23. Este hombre no estaba dispuesto a perder sus posesiones terrenales a fin de ganar una relación eterna con Jesús. (2 Corintios 4:16-18).

4) Mucha gente rechaza, simplemente, la luz del Espíritu Santo para convertirlos a la fe en Cristo. Esteban, un líder de la iglesia primitiva, les dijo a aquellos que estaban a punto de asesinarlo, “¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo...”. El apóstol Pablo también hizo una declaración similar ante un grupo que rechazaba el evangelio en Hechos 28:23-27.
Cualesquiera que sean las razones por las que la gente rechaza a Jesucristo, su rechazo tiene consecuencias eternas desastrosas. “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:12). Y aquellos que lo rechazan, por cualquiera que sea la razón, enfrentan una eternidad en las “tinieblas de afuera” del infierno, donde habrá lloro y el crujir de dientes.” (Mateo 25:30)


¿La fe en Dios y la ciencia son contradictorias?

La ciencia es definida como “la observación, identificación, descripción, investigación experimental, y explicación teórica de un fenómeno.” Es un método que el ser humano puede usar para adquirir un mayor entendimiento del universo natural. Es la búsqueda del conocimiento a través de la observación y la conjetura. Los avances en la ciencia demuestran el alcance de la lógica y la imaginación humana. Sin embargo, la creencia de un cristiano en la ciencia nunca debe ser como nuestra creencia en Dios. Un cristiano puede tener fe en Dios y respeto por la ciencia, en tanto recordemos quién es perfecto y quién no lo es.
Nuestra creencia en Dios es una creencia de fe. Tenemos fe en Su Hijo para salvación, fe en Su Palabra para instrucción y fe en Su Espíritu Santo para ser nuestra guía. Nuestra fe en Dios debe ser absoluta, puesto que cuando ponemos nuestra fe en Él, dependemos de un perfecto, omnipotente y omnisciente Creador. Por contra, nuestra creencia en la ciencia debe ser intelectual, y nada más. Podemos contar con la ciencia para hacer grandes cosas, pero también podemos contar con la ciencia para cometer grandes errores. Si ponemos nuestra fe en la ciencia, dependemos de lo imperfecto, pecaminoso y limitado del hombre mortal. La ciencia a través de la historia, ha estado terriblemente equivocada en muchas cosas, tales como la forma de la Tierra, las vacunas, las transfusiones sanguíneas, e incluso la reproducción. Sin embargo, Dios nunca se ha equivocado.

La verdad es que no hay nada que un cristiano deba temer, así que no hay razón para que un cristiano tema o rechace la buena ciencia. El aprender más acerca de las maneras en que Dios construyó nuestro universo, nos ayuda a toda la raza humana, a apreciar la maravilla de la Creación. El expandir nuestro conocimiento, nos ayuda a combatir enfermedades, ignorancia y malentendidos. Sin embargo, es peligroso cuando los científicos basan su fe en la lógica humana por encima de su fe en nuestro Creador. Estas personas no son diferentes a cualquier devoto de una religión, pero ellos han elegido la fe en el Hombre, y encontrarán los medios para defenderlo.

La vida es tan corta...

La vida es tan corta, que debemos aprovechar cada día para ser felices.
John Powell, un profesor de Loyola University en Chicago, escribió sobre un estudiante de su clase de "La Teología de la Fe", llamado Tommy.
Hace unos doce años atrás, yo estaba de pie observando a mis estudiantes de la universidad, mientras entraban al salón de clase para nuestra primera sesión de Teología de la Fe.
Ése fue el primer día que vi a Tommy. Estaba peinando su larga cabellera rubia, que caía unos 15 centímetros por debajo de sus hombros. Como ese día no estaba preparado para ello, mis emociones se alteraron y de inmediato, catalogué a Tommy como "extraño… muy extraño”.
Tommy resultó ser el “ateo de la clase” en mi curso de Teología de la Fe. Objetaba constantemente, y sonreía sarcásticamente sobre la posibilidad de un Dios/Padre que nos ama incondicionalmente.
Cuando al terminar el curso, vino a entregar su examen final, me preguntó en un tono algo cínico:
¿Cree usted que alguna vez encontraré a Dios? Inmediatamente decidí usar un poquito de la técnica de la terapia de shock. 
- ¡No!, le dije muy enfáticamente.
- ¿Por qué no?, me respondió, yo creía que ese era el producto que usted estaba vendiendo.
Dejé que estuviese a unos cinco pasos de la puerta del salón y alcé mi voz para decirle:
- ¡Tommy! Creo que tú nunca encontrarás a Dios… Pero estoy absolutamente seguro de que Él te encontrará a ti.
Él se encogió de hombros y salió de mi clase y de mi vida, y yo me quedé algo frustrado por el hecho de que no había captado mi ingeniosa observación:
“¡Él te encontrará a ti!”,... por lo menos yo pensaba que había sido ingeniosa…
Tiempo después me enteré que Tommy se había graduado y me dio el debido gusto.
Más adelante me llegó una triste noticia, supe que Tommy padecía de un cáncer terminal, y antes de que yo saliera a buscarle, él vino a verme.
Cuando entró en mi oficina lucía demacrado y su larga cabellera había desaparecido debido a la quimioterapia. Pero sus ojos brillaban y su voz tenía una firmeza que antes no tenía.
-Tommy, he pensado mucho en ti… oí que estás enfermo, le dije en un tono casual.
- Oh, sí, muy enfermo, me respondió, tengo cáncer en ambos pulmones. Es cuestión de semanas.
- Tom, ¿puedes hablar sobre eso?, le pregunté.
- Por supuesto, ¿qué quiere saber?, me contestó.
-¿Qué se siente al tener solo 24 años y estar muriéndose?, le dije.
- Bueno, podría ser peor.
-¿Peor?, ¿como qué?
-Bueno, como llegar a los cincuenta años sin tener valores o ideales; o llegar a los cincuenta creyendo que beber, seducir mujeres y hacer dinero son “lo máximo” de la vida.
Antes había clasificado a Tommy de bajo en cualidades, de extraño...
Parece como si a todo aquel que yo rechazara mediante mi propia calificación, Dios le devolviera a mi vida para que me educara.
-...Pero por lo que en realidad vine a verle, es por algo que usted me dijo el último día de clases. (¡Se acordó!), y continuó diciendo:
- Yo le pregunté si usted creía que yo llegaría alguna vez a encontrar a Dios, y usted me dijo que ¡No!, cosa que me sorprendió mucho. Entonces usted agregó: -“Pero… Él te encontrará a ti”.
Estuve pensando mucho en eso, aunque no se puede decir que mi búsqueda fuese muy intensa en aquel entonces, pero cuando los doctores me sacaron el tumor que tenía en la ingle y me dijeron que era maligno, ahí fue cuando empecé a buscar seriamente a Dios.
Y cuando el cáncer se extendió a mis órganos vitales, empecé a golpear fuertemente con mis puños las puertas del Cielo... pero Dios no salió. De hecho, no pasó nada... 
 ¿Alguna vez ha tratado de hacer algo con mucho esfuerzo sin obtener ningún resultado? Uno se harta psicológicamente, se aburre de tratar y tratar y tratar... y generalmente, uno deja de insistir.

¡Papá, tengo hambre!

Pasaba del medio día, el olor a pan caliente invadía aquella calle, y un sol abrasador invitaba a tomar un refresco.
Ricardito no aguantó el olor apetitoso del pan y dijo:
¡Papá tengo hambre!
El padre, Manuel, sin tener un céntimo en el bolsillo, habiendo caminado desde muy temprano buscando un trabajo, miró con los ojos mareados al hijo y le pidió un poco más de paciencia…
Pero papá, ¡desde ayer no comemos nada, tengo mucha hambre, papá!
Avergonzado, triste y humillado en su corazón de padre, Manuel le pide al hijo esperar en la acera mientras entra en la panadería que estaba enfrente.
Al entrar se dirige a un hombre en el mostrador:
Señor, estoy con mi hijo de tan solo 6 años en la puerta, con mucha hambre, y no tengo ni siquiera una moneda, pues salí temprano para buscar un empleo y nada encontré; le pido en el nombre de Jesús, que me dé un pan para que pueda aplacar el hambre de ese niño. A cambio, puedo barrer el piso de su establecimiento, lavar los platos y vasos, u otro servicio que usted necesite.
A Amaro, el dueño de la panadería, le extraña que aquel hombre de semblante tranquilo y sufrido, pida comida a cambio de trabajo, y le dice que llame al niño…
Manuel toma a su hijo de la mano y se lo presenta a Amaro, que inmediatamente pide que los dos se sienten junto al mostrador, y le pide a su esposa que les sirva dos platos de comida del famoso PLATO DEL DIA: ARROZ, HABAS, CARNE MOLIDA Y HUEVO.
Para Ricardito era un sueño comer después de tantas horas en la calle. Pero para Manuel un dolor más, ya que comer aquella comida maravillosa le hacía recordar a su esposa y a sus dos hijos, que quedaron en casa solamente con un puñado de arroz… Gruesas lágrimas bajaban de sus ojos, ya desde el primer bocado.
La satisfacción de ver a su hijo devorando aquel sencillo plato como si fuese un manjar de los dioses y el recuerdo de su pequeña familia en casa, fue demasiado para su corazón tan cansado después de más de 2 años de desempleo, humillaciones y necesidades…
Entonces, Amaro se aproxima a Manuel, y percibiendo su emoción, bromea para relajarle: ¡OH, María! Tu comida debe estar muy indigesta… Mira a mi amigo, ¡hasta está llorando de tristeza por ese plato!
Inmediatamente, Manuel sonríe y dice que nunca comió una comida tan apetitosa, y que le agradecía darle ese placer.
Amaro pide entonces que él tranquilizase su corazón, que comiese en paz y después conversarían acerca de trabajo…
Más tranquilamente, Manuel seca las lágrimas y empieza a almorzar, ya que su hambre estaba agobiándole…
Después de la comida, Amaro invita a Manuel a conversar en el fondo de la panadería, donde había un pequeño escritorio… Manuel cuenta que, hace más de 2 años que había perdido el empleo y desde entonces, sin ninguna especialidad profesional y sin estudios, estaba viviendo de pequeñas “chapuzas aquí y allí”, pero que ya hacía 2 meses que no recibía nada…
Amaro resuelve entonces contratar a Manuel para servicios generales en la panadería, y le prepara al hombre una cesta con alimentos para, al menos, 15 días…
Manuel, con lágrimas en los ojos, agradece la confianza de aquel hombre y señala el día siguiente como su inicio en el trabajo…
Al llegar a casa con toda aquella cantidad de comida, se siente un nuevo hombre. Sentía esperanzas, sentía que su vida tomaría un nuevo impulso… La vida le estaba abriendo algo más que una puerta, era toda una esperanza de días mejores…
Al día siguiente a las 5 de la mañana, Manuel estaba en la puerta de la panadería, ansioso por iniciar su nuevo trabajo…
Amaro llega después y sonríe a aquel hombre; ni él mismo sabía por qué le estaba ayudando… Tenían la misma edad, 32 años, e historias diferentes, pero algo dentro de él le llamaba a ayudar a aquella persona… Y no se equivocó.
Durante un año, Manuel fue el más eficiente trabajador de aquel establecimiento, siempre honesto y extremadamente celoso con sus deberes…
Cierto día, Amaro llama a Manuel para una charla y habla de la escuela que abrió, lugar para la alfabetización de adultos, sita a una manzana de calle de la panadería, y que tenía interés en que Manuel estudiara allí.
Manuel nunca se olvidó de su primer día de clases: la mano trémula en las primeras letras y la emoción del primer escrito…