domingo, 27 de julio de 2014

Nos comeremos nuestras palabras

“¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!, más que la miel a mi boca. Salmo 119:103
Había una vez un hombre que calumnió gravemente a un amigo suyo, por la envidia que tuvo al ver el éxito que había alcanzado.
Tiempo después, se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo: “Quiero arreglar todo el mal que causé a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?” A lo que el hombre respondió: “Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas, y suelta una en cualquier sitio que vayas”.
El hombre, muy contento por aquello tan fácil, tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas. Volvió donde el sabio y le dijo: “Ya he terminado”, a lo que el sabio contestó: “Esa es la parte más fácil. Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste. Sal a la calle y búscalas”.
El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba, y no pudo juntar casi ninguna. Al volver, el hombre sabio le dijo: “Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste”.
Es probable que a usted le haya pasado algo similar en su vida; por lo general, abrimos la boca demasiado rápido para insultar y mostrar nuestro enojo, pero es penoso el trabajo de recoger lo que tiramos. 

¿Debe el cristiano ser tolerante con las creencias religiosas de otras personas?

En nuestra tolerancia, el relativismo moral es visto como una gran virtud. Cada filosofía, idea o sistema de fe tiene igual mérito, dicen los relativistas, y es merecedor de igual respeto. Y continúan, aquellos que están a favor de un sistema de fe sobre otro – o peor aún – que afirman tener un conocimiento absoluto de la verdad, son considerados como incultos, de estrecha mentalidad, inclusive como prejuiciados o intolerantes.
Desde luego, todas y cada una de las diferentes religiones se consideran poseedoras de la verdad, y el relativista está incapacitado para reconciliar lógicamente las contradicciones radicales de ellas. Por ejemplo, la Biblia declara que “… está establecido para los hombres que mueran una sola vez…” (Hebreos 9:27), mientras que las religiones orientales enseñan la teoría de las reencarnaciones. Así que, ¿morimos solo una vez, o muchas veces? Ambas enseñanzas no pueden ser la verdad. El relativista esencialmente, redefine la verdad a fin de crear un mundo paradójico, inverosímil, donde las múltiples y contradictorias “verdades” pueden coexistir.

Pero Jesús dijo, “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Juan 14:6). El cristiano ha aceptado la Verdad no solo como un concepto, sino como una persona de fe. Este conocimiento de la Verdad separa a los cristianos de los actualmente, calificados a sí mismos como “de mentalidad abierta.”

El cristiano ha reconocido públicamente, que Jesús resucitó de entre los muertos (Romanos 10:9-10). Si el cristiano cree realmente en la resurrección, ¿cómo puede ser “de mentalidad abierta” respecto a la aseveración de los incrédulos de que Jesús nunca resucitó? Para un cristiano, el negar la clara enseñanza de la Palabra de Dios lo convertiría en un traidor a Dios.

Lo descabellado de creer

La verdadera fe nos exige ir mucho más allá de lo lógico o racional, nos pide que pongamos nuestras fuerzas, concentración y corazón en algo que no vemos.
En Marcos 5:24-34 encontramos la historia de una mujer que sufría, durante doce años, de una hemorragia continua. La historia nos describe la terrible historia de esta mujer y podemos ver que la enfermedad la había dañado por completo.
Había visitado varios médicos y ninguno pudo ayudarla, había gastado todo y posiblemente tuviera deudas por ello. Era considerada impura, por lo que estaba destinada a vivir aislada porque no podía acercarse a los demás o tocar las mismas cosas que otros, y mucho menos entrar al templo por su condición. Su vida era una tortura. Había intentado todo, y en lugar de mejorar todo iba de mal en peor.
Pero un día escuchó que Jesús pasaba por ahí y se le ocurrió una idea descabellada: “Si tan sólo tocara su túnica, quedaré sana”. Con esa convicción decidió arriesgarlo todo, al fin y al cabo, pensaba, aunque alguien me reconociera entre esa multitud y me recriminaran, ¿qué más da?... Ya no tenía nada que perder.
Quizá tu vida es tan caótica como la de esta mujer, la enfermedad, las deudas, problemas familiares, laborales, sentimentales o de cualquier otra índole han invadido tu vida y todo carece de sentido. Todo lo que estaba a tu alcance lo has hecho pero no ha mejorado nada y, todo lo contrario, cada día te sientes más débil y estás perdiendo las esperanzas.
Es hora de poner tu fe en acción. ¿Qué tienes que perder? Entrégale tu problema a Dios, pero con la certeza de que Él puede cambiar el rumbo de las cosas y que, lo que ahora te está destruyendo puede obrar a tu favor.
Posiblemente este sea el paso más grande que tengas que dar porque humanamente, dejar de luchar con nuestras fuerzas es difícil. Es descabellado pensar en rendirnos y dejar que Dios pelee nuestras batallas, pero al igual que la mujer con flujo de sangre, es tu única oportunidad, ya has hecho todo y nada ha funcionado.

Una respuesta diferente

Seguramente, hemos escuchado muchas veces acerca de las grandes historias de la Biblia, historias que relatan cómo Dios hizo grandes milagros, sanidades y cosas sobrenaturales en muchas personas y de maneras distintas, pero en ninguna obró de la misma forma, cada historia tuvo un milagro hecho de modo distinto. 
Incluso en estos tiempos, caso de ser posible, puede que supieras o fueras testigo de cómo Dios suplió distintas necesidades, usando medios sorprendentes para hacer su milagro y responder a cada oración.
Pero hoy, tu fe está menguando a causa de los problemas que estás atravesando; recuerdas cómo respondió Dios a las oraciones de otros pero a las tuyas aún no. Esos momentos son los que el enemigo aprovecha para poner en tu mente que Dios se olvidó de ti, o que está molesto contigo y no te ayudará.
Pero el amor de Dios es tan grande, que a pesar de que nosotros pecamos, nos alejamos y dudamos de Él, nos ama y tiene un plan único para ayudarnos a cada uno.
Dios actúa de formas y en tiempos distintos; cada uno de nosotros tenemos diferentes problemas, diferentes formas de ver la vida y, así también, Dios tiene un camino exclusivo para cada uno de sus hijos.

Sí, para siempre

El domingo conversaba con un joven que conozco desde niño. Más pequeño que yo, por lo que debo inclinarme para saludarle, de hecho, aún no cumple ni los 18 años de edad. Quiere ser psicólogo como yo y cuando abre su boca brota de él algo distinto, algo que no es comparable a lo que a otro joven como él, le podría parecer divertido o atractivo.

si para siempreMe alegra el corazón escuchar hablar a este joven. Tiempo atrás parecía ser que nada le interesaba mucho, se le veía serio, en silencio, hablaba poco. Ahora es un joven que conversa con otros, que mira a los ojos y que vive la vida intensamente. ¿Qué pasó que lo hizo cambiar tanto? ¿Habrá tenido una experiencia dolorosa que lo invitó a cambiar y aprovechar el tiempo al máximo? ¿Habrá tenido que superar algo muy difícil que le dio fuerza y carácter? Puede ser, pero no debe ser la única razón. Seguro que conoció y entendió quién es Jesús. Él siempre supo de Jesús, pero no lo había conocido y entendido hasta ahora.

Cuando somos capaces de tener un encuentro muy profundo con Cristo, nuestra vida deja de ser la misma, porque entra en escena alguien que no puede ocupar otro papel que no sea el estelar. Es irreemplazable lo que hace, insustituible.