lunes, 14 de julio de 2014

No Somos Accidentes… Somos Sorprendentes - Crecimiento personal-espiritual

¿Alguna vez nos dijo alguien que somos realmente sorprendentes?
Probablemente no, a menos que seamos de aquellos pocos bendecidos que tienen al menos, un poderoso animador en sus vidas, alguien al que realmente le importan.
Medía 1,80 cuando estaba en el séptimo grado y pesaba 68 Kilogramos. Ser “delgaducho” no estaba bien descrito; “palillo mondadientes” es un poco más preciso. Con el cabello rizado, que tenía largo, y que luchaba por mantenerlo recto, la mayoría de mis amigos me llamaban “Q-Tip” (el rapero). Pueden imaginarse cómo aquello hacía maravillas a favor de mi autoestima… bueno, la verdad no mucho. 

Mi padre me recordaba que mi nacimiento no había sido planeado, y así parece ser. Tres chicos en menos de tres años: mi hermano tenía dos años e iba para tres. Mi hermana tenía un año, y le faltaban 9 días para llegar a los dos. Y yo... 
Mi padre sufrió la mayor parte de su vida de lo que ahora se conoce como desorden bipolar. Serios cambios de ánimo y una variedad de actitudes que no me ayudaban (ni a nadie). Constantemente me recordaba que yo era un “accidente”, y con el abuso psicológico constante al que me sometía, me sentía más como un intruso que como un niño.
Al crecer, comenzar a descubrir mi desarrollo personal y qué podía hacer para sanar mi pasado y crear mi futuro, comencé a desarrollar nuevas creencias sobre mí mismo.
Lo que descubrí cambió mi vida… descubrí que los hechos probaban que yo no era un “accidente”, sino que realmente mi vida era y es, un milagro.
Descubrí, al leer varios libros sobre desarrollo personal, que las probabilidades de que yo fuese concebido eran de decenas de millones contra una. De hecho, aprendí que había vencido a entre 10 y 90 millones de otras “semillas”, que luchaban por fertilizar un huevo.
Decenas de millones de candidatos posibles y solo uno iba a obtener la cita, es más, los demás iban a morir.
No era solo una carrera por ganar afecto… era una batalla por la vida.

Tan bueno que era - Reflexiones

Basta con morirse para ascender al máximo en la escala de valores. Al menos, en los velatorios no hay quien hable mal de los honorables huéspedes de la tierra.
El difunto pudo ser en vida, un consumado alcohólico, todo un habitante frecuente de las tabernas pero, ahora muerto, es un digno borracho. Ya nadie parece acordarse de aquellas sesenta billones de células, todas ebrias, que llegaban dando tumbos a casa; ahora ha muerto y... ¡qué bueno era!
De este efecto benévolo, posterior a toda muerte, habló Jesús cuando dijo: y si el grano de trigo no cae a tierra y muere, queda solo; pero, si muere, llevará mucho fruto. Entonces, muerte, en la expresión bíblica más precisa, es lo que le ocurre a la persona que se rinde totalmente a Dios y a su voluntad. "Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo" "Consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús".
No hay nada que se resista a morir. Solo muerto, el grano traerá fruto. No sirve aparentar la muerte. Nadie dirá nada bueno de una semilla que solo quedó juntada a la tierra, en su superficie, ya que debe hacer su viaje al fondo con todo el cuerpo y así, dará de qué hablar.
El creyente en Cristo está llamado a morir. Lamentablemente, algunos andan por ahí como si no estuvieran ni vivos ni muertos. Son como cadáveres vivientes que se hubieran arrepentido ya de su muerte.
La familia, amigos, vecinos e iglesia, están esperando recoger de ellos algún fruto espiritual, decir lo bueno que fue vivir, compartir, trabajar con ellos; pero, no hay fruto.
Sin morir somos nuestra propia criatura detenida. Muriendo somos una nueva criatura. 2ª Corintios. 5:17.

La misión de Cristo

Después de considerar quién fue Jesús, estamos en mejores condiciones de comprender qué vino a hacer por nosotros.
Satanás hizo acusaciones contra Dios. Además de hacer frente a esas acusaciones, Jesús vino para representar el carácter del Padre y corregir el concepto falso de muchos acerca de la Deidad. Él quería que conociéramos a Dios, porque conocerlo es indispensable para tener vida eterna (Juan 17:3).
Sin embargo, necesitamos más que conocimiento para ser salvos. Necesitamos que Dios nos provea un Salvador. Y ese es, precisamente, el significado del nombre Jesús: Yahweh, que significa salvación (Mateo 1:21). Jesús describió su misión en términos muy claros: “el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). En el Edén, el hombre perdió su relación con Dios, perdió su santidad, perdió su hogar y perdió la vida eterna, perdió todo. Pero Jesús vino para restaurarlo todo: restableció nuestra relación con el Padre (Juan 1:51), perdona nuestros pecados (Mateo 26:28), nos dio un ejemplo de cómo vivir (1 Pedro 2:21), nos está preparando un hogar (Juan 14:1-3) y nos da vida eterna (Juan 3:16).
¿Cómo definió Jesús la esencia de su misión? Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Juan 10:11; Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. Mateo 20:28.

El cristiano y sus ofrendas

No hay empresa sobre la faz de la tierra que marche correctamente, que no tenga los suficientes ingresos proporcionados por sus integrantes o socios, para cubrir sus gastos y tener ganancias. Incluso un club social funciona en base a las contribuciones de sus miembros. La iglesia del Señor no es ninguna excepción.
A través de los siglos, y especialmente desde el siglo XIX, cuando las grandes iglesias institucionales comenzaron a extender sus actividades en el campo social, nació la idea de la Iglesia como un cuerpo dadivoso e instructivo, al que se podía recurrir para el oportuno auxilio. Desde luego, no es un punto de debate si la iglesia ha de cumplir con obras benéficas o no. Pero si algo se ha de sacar de una iglesia, es preciso que primero se meta algo en su cofre, pues de otra manera no podría funcionar.
La iglesia del Señor tiene también sus funciones ordenadas por Jesús: a) la evangelización; b) el adiestramiento de predicadores; c) obras de caridad; y d) administración y gastos generales (alquiler, luz, gas, agua, etc.).
En el pueblo de Israel, Dios estableció un sistema obligatorio de pago del diezmo y otras contribuciones, claramente establecidas en la ley de Moisés. El Señor espera de los cristianos madurez y una conducta responsable, en cuanto a las finanzas requeridas para la buena marcha de su iglesia (Hechos 20.35; 2 Corintios 8 y 9). La mente de Cristo, que ha de prevalecer en los hijos de Dios, es de carácter dadivoso y responsable, pues entiende que la obra del Señor no se financia por sí misma, como por arte de magia; sino que necesita del sacrificio permanente de todos los creyentes en Cristo.
No es correcto echar la carga financiera sobre otros, pensando que “esos tienen más dinero que yo”. Hay una misma responsabilidad para todos. Es muy fácil estar desprevenido por mezquindad, y luego uno se avergüenza de su mala conducta (2 Corintios 9.4). Dios ama la generosidad de su pueblo (verso 5).
Todo “céntimo” que retengo con fines egoístas para atender primero mis cosas, es una oportunidad menospreciada para servir a Jesús. La obra del Señor necesita hombres y mujeres dispuestos a sostener tan noble tarea de forma generosa y permanente.

Momentos

Hay momentos dulces, hay momentos tiernos, hay momentos grandes, pequeños, altos, anchos, inolvidables, memorables, hermosos, especiales, felices, inquebrantables, tristes, inalterables, insuperables y hay momentos inexplicables… 

Toda nuestra vida se compone de momentos, algunos llegan a ser la expresión absoluta de la felicidad, pero siempre está el lado contrario, la expresión absoluta de la tristeza.
Pasamos de unos momentos a otros, tratando de vivir una vida agradable para Dios. Un día estamos seguros de lo que tenemos y al otro día, en solo un momento, todo cambia de la forma más abrupta, sin pedirnos permiso, sin carta de invitación, sin previo aviso; solo cambia, y cambia todo lo que creíamos seguro, en un solo momento.

Hay momentos en los que no entendemos nada, momentos muy difíciles de explicar, momentos en los que la vida da un giro de 180° y quedamos de espaldas a la realidad. Momentos incomprensibles.

Sin embargo, Dios tiene Su propósito, eso es seguro, pero todos en algún momento nos hemos preguntado ¿Por qué está pasando esto? Y hemos dicho “Dios por favor, ayúdame, porque no entiendo nada de lo que está pasando en este momento”, momentos inciertos, momentos desiertos.

Muchos, por no decir todos, sienten impotencia por algo, en alguna área, por no poder comprender qué es lo que pasa, cuál es el propósito, qué es lo que Dios quiere. Momentos pensantes, momentos creyendo.
Es completamente cierto que Dios es el dueño absoluto de nuestras vidas, pero no todo lo que nos pasa en esos momentos de impotencia, es porque Dios tenga algo que ver. Algunos de nuestros momentos son provocados por nosotros mismos, por nuestras actitudes, por nuestra incredulidad, por nuestra desobediencia, por nuestra falta de fe...; por eso siempre hay que preguntarnos si estos momentos son o no culpa nuestra y examinar en qué instante hemos hecho algo para que así ocurra. Momentos premeditados, momentos inminentes.

Pero hay otros momentos que salen de la nada, que llegan por sorpresa y cambian todos nuestros planes; momentos que no pensamos volverían, momentos que no esperábamos, momentos que negábamos, momentos que estaban borrados; pero que cuando menos lo pensamos, aparecen, son momentos insolentes.