La procrastinación es la conducta reiterada de evitar, consciente o inconscientemente, lo que se percibe como desagradable, incómodo o difícil. O lo que es lo mismo, en más de alguna ocasión has estado a punto de realizar alguna actividad, que posee las características antes mencionadas, y te has demorado mucho tiempo en comenzar.
No es difícil recordar mis tiempos de estudiante cuando tenía que preparar extensas evaluaciones un domingo por la tarde. Comenzaba quejándome de lo mucho que tenía que leer y cuando el sol entraba por mi ventana era aún peor, porque pensaba en todas las actividades al exterior de mi dormitorio, que podría estar realizando y que, obviamente, eran mucho más divertidas que sentarme a leer. Luego continuaba ordenando alguna sección de mi armario, desechando papeles antiguos, o pintándome las uñas, todas acciones para evitar el estudio. Incluso en el momento mismo del estudio, comenzaba a completar mi agenda con las evaluaciones pendientes o lo que debía realizar el lunes. En consecuencia, procrastinaba toda mi sesión de estudio porque me resultaba desagradable, muy desagradable.
Pero no sólo en tareas como éstas podemos procrastinar, también podemos hacerlo en nuestros propios procesos de cambio. Si hay alguien que debe conocer bien como somos, somos nosotros mismos. Mal que nos pese, vivimos TODA la vida con nosotros mismos, por tanto, accedemos a información confidencial que, incluso, nuestros propios padres desconocen ni les revelaremos. En este conocimiento profundo que tenemos de nosotros mismos, sabemos que hay cosas que debemos cambiar para tener la clase de vida que queremos y ser la clase de persona que queremos ser. Cuando nos tenemos que enfrentar a estas cosas o situaciones que tenemos que cambiar, nos resistimos a hacerlo, evitándolas a toda costa diciéndonos porque “soy así”, “el Señor me hizo así”, “mi papá también era así”, “el que me quiera tendrá que aceptarme así” y una serie de frases de disculpa similares, que avergüenzan al más pintado. En este proceso en que nos damos cuenta de los cambios necesarios y no los hacemos, estamos procrastinando el cambio. Nos resulta incómodo, desagradable o difícil hacerlo, por lo que lo evitamos activa o pasivamente.