Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno, y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. Hermanos míos, no os maravilléis si el mundo os aborrece. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano, es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna morando en sí.
(1 Juan 3:11-15 RVG)
Este texto bíblico se conecta con el anterior mediante una conjunción demostrativa, que podría traducirse al español como "porque" (Οτι). En el versículo bíblico anterior, Juan presentaba manifestaciones de la verdadera vida cristiana; "En esto son manifiestos los hijos de Dios, y los hijos del diablo; todo el que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios"; es decir, si se busca alguna característica de espiritualidad real en alguien que dice ser un discípulo de Jesús, dos cosas deberían hacerse patentes: la justicia y el amor.
Ahora Juan da la razón de esta afirmación. Va a presentar un fundamento de esta declaración. Si alguno se preguntara ¿Por qué el cristianismo debería demostrarse en justicia y amor?, ¿acaso no basta con asistir a los servicios religiosos, cumplir con las disciplinas espirituales, involucrase en el ministerio o sostener la obra? La respuesta de Juan sigue así:
"Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros".
¿Qué principio? ¿El principio de la vida cristiana, el principio de la creación? Sin duda, podríamos decir que en ambos casos se está en lo cierto. Es más, una cosa no puede plantearse sin la otra.
La nueva creación viene a ser una restauración de las cosas antiguas, en cierto sentido, pero en un grado superior. Tal vez el término más apropiado debería ser "renovación". El ser humano fue creado para amar y para ser amado; en el huerto, Dios declaró: No es bueno que el hombre esté solo (Génesis 2:18), dejando patente nuestra "idea original".
En las relaciones de amor, el hombre aprende a conocer a Dios y el corazón de Dios. Cuando Pablo explica a los Efesios la naturaleza del matrimonio les dice:
Así los maridos deben amar a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa, a sí mismo se ama. Porque ninguno aborreció jamás a su propia carne, antes la sustenta y la cuida, como también el Señor a la iglesia; porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos serán una sola carne. Este misterio grande es; mas yo hablo en cuanto a Cristo y a la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros en particular, ame también a su esposa como a sí mismo; y la esposa reverencie a su marido.
(Efesios 5:28-33 RVG)