“Así que el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12).
¿Hemos construido algún pedestal últimamente? En las últimas dos décadas, los noticieros y periódicos han estado llenos de informes de pecado en todos lugares, sobre todo en política. Los ministros han caído con regularidad vergonzosa, lo cual no nos pilla de nuevos. El dedo justo de hoy, a menudo se vuelve mañana en sospechoso de impropiedades. Sólo las revelaciones de los líderes políticos compiten con los escándalos religiosos, en cuanto a las primeras planas.
No estamos seguros de cómo ve el ciudadano medio estos escándalos. Ciertamente, los medios periodísticos parecen deleitarse con sus revelaciones. Y los periodistas consiguen material para cientos de nuevas rutinas. Pero como persona que digo, y siento, ser cristiano, nacido de nuevo, me siento molesto. Cuando estos cristianos, si lo son, de alto perfil, son acusados, siento como si las piedras me fueran lanzadas a mí. Sus errores, probados o presuntos, parecen acusarnos a todos. En fin, puede que haya más gente que se identifique con estos sentimientos.
Si nosotros, la comunidad evangélica, somos honestos, a pesar de los pesares, tendríamos que admitir que somos parte del problema. O sea, al colocar a estos hombres en pedestales, les hemos hecho demasiado grandes y susceptibles a las tentaciones del poder y el orgullo. Cuando en realidad, son seres humanos falibles y pecadores, como usted y como yo. Pensemos cómo nos iría a nosotros, si nuestras inconsistencias y secretos fueran exhibidos: palabras airadas, chismes, deseo de cosas, pensamientos asesinos... Sin embargo, elevamos a otros con dones especiales; les asignamos a las nuevas celebridades un estatus de casi adoración.
Hace tiempo leí: “No pongan su fe en nosotros o en otro ser humano. Si nos observan durante demasiado tiempo o con suficiente cercanía, les vamos a fallar”. “En vez de eso, mantengan sus ojos en Cristo; Él nunca fallará”.