lunes, 10 de marzo de 2014

Las gafas del Alma - Reflexiones

Paula, una niña de escasos 12 años, visitaba por primera vez al oculista, quien le diagnosticó miopía en ambos ojos.
- Sientes que no puedes ver bien de lejos, Paula, – dijo el doctor.
- Sí, se me dificulta mucho hacerlo.- afirmó Paula
- Te sientes muy mal por esto, ¿verdad?- dijo el doctor.
- Sí, lo que más me afecta es que no puedo distinguir a cierta distancia el rostro de algunas personas, ni observar de lejos el amanecer, las cosas se me vuelven cada vez más borrosas,... y todo a mi alrededor parece muy confuso – afirmó Paula, triste y preocupada por lo que le ocurría.
- Bueno, para esto hay una solución, te h
aré unas gafas de acuerdo a tu problema para que las uses permanentemente, y esto te ayudará a ver mejor.
Pasados unos días, Paula volvió nuevamente donde el doctor para reclamar sus gafas nuevas, y al colocárselas, miró sorprendida por la ventana de aquel consultorio.
- ¡Oh, qué maravilloso!,... ¡por fin puedo ver!
El doctor, orgulloso por la labor cumplida, le preguntó:
- ¿Qué observas Paula ?
- Veo todas las cosas como realmente son, puedo distinguir el rostro de las personas, veo los bellos colores de las flores, puedo leer a larga distancia, pero lo que más me gusta es que puedo ver más claro el horizonte y ya no es confuso como antes.

Historias de amor

Con los años vamos perdiendo la inocencia, que no es otra cosa que la sabiduría que nos regaló Dios.

Primera historia
Al autor y orador Leo Buscaglia se le solicitó una vez que fuera parte del jurado en un concurso.
El propósito del concurso era encontrar al niño más cariñoso.
Y el ganador fue un niño de 4 años, vecino de un anciano cuya esposa había fallecido recientemente.
El niño, al ver al anciano llorar en el patio de su casa, se acercó y se sentó en su regazo.
Cuando su mamá le preguntó qué le había dicho al vecino, el niño le contestó...
-"Nada, sólo le ayudé a llorar".

Segunda historia
La maestra Debbie Moon estaba estudiando con su grupo de primer grado la pintura, el cuadro de una familia. 
En la pintura había un niño que tenía el cabello de color diferente al del resto de los miembros de la familia.
Uno de los niños del grupo sugirió que el niño de la pintura era adoptado.
Entonces, una niña del grupo le dijo:
-"Yo sé todo de adopciones porque soy adoptada".
-¿Qué significa ser adoptado?" , preguntó otro niño.
"Significa“, dijo la niña,"que tú creces en el corazón de tu mamá en lugar de crecer en su vientre".

Tercera historia
Jamie estaba intentando conseguir un papel en una obra teatral en la escuela.
Su mamá contaba que el niño había puesto su corazón en ello y temía no ser elegido.
El día que las partes de la obra fueron repartidas, yo estaba en la escuela.
Jamie salió corriendo con los ojos brillantes, con orgullo y emoción.
-"Adivina qué mamá", gritó, y luego dijo unas palabras que permanecerán como una lección para mí:
-“He sido elegido para aplaudir y animar".

Cuarta historia
Un niño de 10 años estaba parado frente a una tienda de zapatos en una calle, descalzo, apuntando a través de la ventana y temblando de frío. Una señora se acercó al niño y le dijo:
-"Mi pequeño amigo, ¿qué estás mirando con tanto interés en ese escaparate?"
-"Le estaba pidiendo a Dios que me diera un par de zapatos", fue la respuesta del niño.
La señora le tomó de la mano y entraron en la tienda. Le pidió al empleado media docena de pares de calcetines para el niño.
Preguntó si podía darle un recipiente con agua y una toalla. El empleado le trajo lo que pidió. Ella llevó al niño a la parte trasera de la tienda, le lavó los pies y se los secó.
Para entonces el empleado llegó con los calcetines.
La señora le puso un par al niño y después le compró un par de zapatos. Juntó el resto de los calcetines y se los dio al niño. Le acarició la cabeza y le dijo:
-“¡No hay duda, pequeño amigo, de que te sientes mas cómodo ahora!"
Cuando ella daba la vuelta para irse, el niño le agarró la mano y, mirándola con lágrimas en los ojos, le preguntó:
-“¿Es usted la esposa de Dios?"

Recuerda decir "Gracias"... 
Gracias, Señor, por recibir este escrito, porque me invita a la reflexión, y por darme amigos tan especiales y maravillosos con quien compartirlo.
¡Ojalá no perdamos nunca la inocencia!
¡Que paséis un grandioso día!

¿Quién Contra Nosotros?

¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?. Romanos 8:31.
Si no tienes ni idea de las fuerzas espirituales adversas que ejercen presión sobre ti, y que sin soltarte, se agarran a ti, como la gravedad que tira hacia abajo el peso de tu estructura física, o si tú inadvertidamente no las descartas del fin de tu vida, caerás en una de las trampas que te tiende el que odia tu alma. No tendrás ni la más mínima oportunidad para contrarrestar tu condenación, y mucho menos para liberar a otras personas de lo que les tiene destruidos. Si por otra parte, cada adversidad de tu vida la atribuyes a fuerzas que están más allá de tu control, caes en otras redes: autodefensa, inmadurez irresponsable e impotencia espiritual.
Tus propias decisiones son las responsables, en gran parte, de cómo acaban las cosas en tu vida, pero no son las únicas responsables de todas las consecuencias que afrontas. Estamos atrapados, más de lo que crees, en medio de una gran lucha entre el bien y el mal, entre los caminos de Dios y todos los demás caminos.
En términos generales, nuestra cultura tiene una definición incompleta e inadecuada de la maldad. Principalmente, tendemos a pensar en ella en términos extremos, tales como asesinos en serie, rituales satánicos grotescos, o timadores que hacen de los ancianos su presa... Pero la maldad se exhibe de muchas otras formas, muchas veces sin llamar la atención. Por ejemplo, el cáncer es parte de la maldad, como también lo es la amargura. Hasta las pequeñas observaciones "más o menos chistosas”, aparentemente sin importancia, que critican y son cortantes, son parte de la maldad.

Levántate y anda

Dice la Escritura, en el capítulo 2 del libro de Marcos, que cuatro amigos venían cargando a un paralítico postrado en su lecho. Como a causa de la multitud no podían llegar a Jesús, hicieron un hueco en el techo de donde Jesús se encontraba y por allí le bajaron para que le diese su bendición. Jesús, al ver la fe de ellos, le dijo al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”. Pero conociendo los pensamientos de los escribas que se encontraban allí, agregó: -¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa. Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa (Marcos 2:9-12).

Es emocionante y lleno de esperanza este relato de las Escrituras. Sirve para sentirse profundamente identificado con el paralítico. Durante mucho tiempo estuve aletargado en la comodidad de un relativo buen vivir, o por lo menos era eso lo que parecía. Pero sin darme cuenta, y mi familia tampoco, la parálisis fue ganando lentamente terreno al letargo, y los problemas y las dificultades se fueron primero sumando, luego multiplicando,.. cada vez más graves y sin solución.
Tanto es así, que un día nos dimos cuenta de que habíamos estado remando durante años sin llegar a ninguna parte, aportando denodados esfuerzos a diversas causas y cosas sin obtener resultados, sembrando para cosechar frutos insignificantes, bebiendo sin poder aplacar la sed. Nuestro empeño siempre fue querer agradar a Dios y hacer las cosas bien, sin embargo las cosas no salían así. Con desolación y desesperanza veíamos cómo otros que no aman a Dios, ni les importaba, vivían una vida de forma irresponsable delante de los ojos de Dios y progresaban, mientras nosotros íbamos en franca marcha atrás.

Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos. Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová. Buscáis mucho, y halláis poco; y encerráis en casa, y yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué?, dice Jehová de los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa.
(Hageo 1:6-9 RV60)

Espere ser sanado

Jesús le libera a usted del dolor. El dolor no es la voluntad de Dios para usted. Jesús murió para que pudiera ser sanado de la enfermedad y el dolor.


Recientemente he sentido la necesidad de compartir con el pueblo de Dios la importancia de demandar de su unción. La palabra demandar significa "búsqueda o estado de ser buscado". 
Implica proseguir a pesar de los obstáculos, para llegar a un lugar donde está la unción y esperar que caiga sobre uno.

La mujer con el flujo de sangre demandó la operación de la unción sanadora y recibió su milagro. Una vez que se abriera paso entre la multitud, que se abriera paso a través de años de tratamientos fallidos, en medio del estigma de ser inmunda, su expectativa era que sería sanada.

Con demasiada frecuencia, el pueblo de Dios no recibe milagros y sanidad porque no demanda la operación de la unción. No prosiguen porque no esperan que suceda algo milagroso.
Algunas veces los creyentes se permiten desanimarse. Pero no permita que el diablo le convenza de no recibir su sanidad. Ponga sus pensamientos en Dios. Tiene que abrirse paso a través del desánimo y la frustración para que no se pierda su milagro. No permita que nadie le detenga, tiene que proseguir a pesar del problema, del estancamiento, de lo que sea, pero no se inquiete. Manténgase en el Espíritu y llegue al lugar donde está la unción, estire su mano y obtenga su milagro. Así como la mujer que se abrió paso, extendió su mano y fue sanada al tocar el manto de Jesús, usted también puede proseguir, extender su mano y asir su sanidad.

¡LA SANIDAD DE DIOS ESTÁ DISPONIBLE PARA TODOS!
La sanidad está disponible para todos durante toda era del Reino. Es sorprendente que algunos cristianos sigan creyendo que Dios pone la enfermedad en su pueblo. Algunos quizá pregunten: "¿Dios, por qué permitiste que esta enfermedad viniera sobre mi cuerpo?" Ellos sienten que la voluntad de Dios para ellos es que sufran la enfermedad y que no sean sanados. Pero esto no es bíblico. Dios no pone la enfermedad sobre su pueblo. Jesús murió para que pudiéramos ser sanados, aunque hay ocasiones en las que Dios permite la enfermedad, especialmente por rebelión o desobediencia, o para probar la fe en Él. Pero para el pueblo de Dios, podemos esperar vivir en salud y ser sanados de todas nuestras enfermedades gracias a lo que hizo Jesús en la cruz.

Cuando Jesús vino, anunció la llegada del Reino de Dios. En el Reino de Dios, donde mora su presencia y su gloria, no pueden coexistir el pecado y la enfermedad. Estamos en el Reino de Dios aunque ahora no se haya manifestado completamente, pero se puede establecer en nuestra vida y corazón. ¿Cuando? En cualquier momento y en cualquier lugar. Dondequiera que Jesús predicaba el mensaje del Reino, sanaba a la gente. La sanidad acompaña el mensaje del Reino. 
Esta es la era del Reino en la que usted no tiene que estar enfermo, en bancarrota o atropellado por el diablo. ¡Esas son BUENAS NOTICIAS! Usted ya no tiene que estar enfermo, en quiebra o confundido, pues la enfermedad y las dolencias son obras del diablo; en cambio Jesús vino, "y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz" (Colosenses 2:15).

Cuando usted está en Cristo, confiadamente puede esperar ser sanado. Marcos 16:17-18 dice: "y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán". Así que usted no solamente debería esperar ser sanado, usted también debería saber que puede compartir esa sanidad con los que le rodean. Esa es la verdadera vida del Reino.