La historia cuenta que Isaac ya era de una edad muy avanzada y que mandó a llamar a su hijo mayor Esaú, para que este fuera a cazar; mientras, le prepararía una rica comida y recibiría su bendición antes que él muriera. Pero esto no sucedió así, porque su madre Rebeca tramó un plan para que Jacob, su hermano, recibiera esa bendición.
Cuando Isaac había terminado de bendecir a Jacob, volvió Esaú del campo. Él también le había preparado un plato de comida para su padre.
-Levántate, padre mío y ven a comer, para que me des tu bendición –dijo Esaú.
-¡Pues soy Esaú, tu hijo mayor! -le respondió.
Isaac comenzó a temblar de pies a cabeza, y dijo: -Entonces, ¿quién cazó un animal y me lo trajo? Yo comí de su plato antes de que tú llegaras y ya le he bendecido. ¡Esa bendición no se la puedo quitar!
Al oír Esaú las palabras de su padre, lloró y con gran amargura le dijo: -¡Padre mío, bendíceme también a mí!
Pero Isaac le contestó: -Ya vino tu hermano y me engañó, por eso le di la bendición que era para ti.
Para que Esaú no matara a Jacob, Rebeca le aconsejó a éste que escapara a Canaán, donde vivía su hermano Labán. Allí conoció a Raquel, su hija menor y se enamoró de ella. Propuso a su tío trabajar para él siete años a cambio de ella, y él aceptó. Pero al cabo de este tiempo, Labán le entregó a Lea, su hija mayor.
-¿Por qué me engañaste? ¡Yo me comprometí a trabajar para casarme con Raquel! -dijo Jacob.
Labán respondió: No es nuestra costumbre que la hija menor se case antes que la mayor. Pero si te comprometes a trabajar para mí otros siete años, te casarás con Raquel.
Jacob aceptó el trato y se casó con Raquel después de otros siete años.