jueves, 26 de septiembre de 2013

Honra a tu padre y a tu madre - Historia, Reflexión - Vídeo

honra a tu padre y a tu madre
Es muy necesario en los tiempos que estamos viviendo, procurar recibir toda la instrucción posible relacionada con la Palabra de Dios, de manera que el aprendizaje constante produzca buenos frutos. Hoy más que nunca, el mundo necesita de la influencia de la Iglesia en todos sus ámbitos; esta debe ser la intención de cada hijo e hija de Dios Creador.
Anteriormente hicimos referencia a los Diez Mandamientos. En esta ocasión destacaremos un mandato de los que se entregaron en el Monte Sinaí.

HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE

Buscando algo interesante relacionado con el mandamiento, hallé una poesía de un autor desconocido, que dice del padre: 
Cuántas cosas son necesarias decir antes de que sea demasiado tarde.
Escucho a tanta gente sufrir del recuerdo, del instante, no queriendo admitir,
aceptar lo irreparable, lamentos, gritos, dolor, sin ni siquiera ya escucharse.
Por eso hoy no quiero escribir.
No quiero escribir para mi padre que lo tengo hoy aquí, y reparar lo irreparable…
Yo siempre pienso en ti, mi viejo inolvidable, y hoy te digo te amo.
Gracias por ser mi padre…
Tengo los recuerdos de niño, de cuando te veía gigante, y hoy que soy adulto…
te veo aún más grande.
Por eso hoy te digo…
¡Te amo padre…antes que sea demasiado tarde!

Y después tomé unos versos de Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura, relacionados con la madre:
“Madre, madre, tú me besas
pero yo te beso más.
Como el agua en los cristales,
caen mis besos en tu faz.
Te he besado tanto, tanto...
que de mí cubierta estás,
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar…”

La puerta - Ánimo en mensaje

LA PUERTA
En un país alzado en guerra, había un rey que realmente causaba espanto. Este rey tenía la costumbre de que a sus prisioneros no les mataba; les llevaba a una sala donde había un grupo de soldados a un lado, y una inmensa puerta de hierro al otro, en la cual se veían grabadas figuras de calaveras cubiertas de sangre.

En esa sala el rey les hacía formar en círculo y les decía: “Ustedes pueden elegir entre morir atravesados por las flechas de mis soldados o atreverse pasar por esa puerta misteriosa”.
Los presos, en su mayoría, elegían morir en manos de los soldados sospechando los horrores y torturas que podrían encontrar tras dicha puerta.

En cierta ocasión, al terminar la guerra, un soldado que sirvió al rey durante mucho tiempo, se dirigió al soberano y le dijo:
–"Señor, ¿puede decirme algo? Siempre quise saber qué es lo que había detrás de esa horrorosa puerta”.
–El rey le replicó: ”Ve y míralo tú mismo” .
El soldado entonces, abrió temerosamente la puerta, y a medida que lo hacía, rayos de sol entraron y alumbraron la sala… hasta que descubrió con mucha sorpresa, que la puerta  conducía al exterior, a un campo abierto, a la libertad.
Ante la obvia sorpresa del soldado, el rey lo explicó así:
–"Lo que yo hice fue darles a los presos la elección, pero ellos siempre preferían morir que arriesgarse a abrir esta puerta”.

Queridos amigos: En nuestra vida, llena de luchas y problemas, ¿cuántas puertas dejamos de abrir por un temor anticipado, irracional? … ¿Cuántas veces perdemos la libertad y morimos por dentro, al dejarnos llevar por apariencias engañosas?… ¿Cuántas veces, por nuestros prejuicios, nos llenamos de miedo a lo desconocido, como a tomar el empleo nuevo, a realizar ese viaje no programado, a efectuar una nueva inversión financiera, a estudiar en la vejez, a aceptar una nueva relación afectiva, a adoptar un niño, etc., permitiendo así que se escapen nuestros sueños, metas, ideales?

Yo soy la puerta;

el que entre por esta puerta, que soy yo, será salvo.

Se moverá con entera libertad,

y hallará pastos”.

(Juan 10:9)

Amor del Corazón - Reflexiones - Vídeo

Hoy en día las aventuras amorosas no son inusuales entre jóvenes adolescentes. Y no es particularmente sorprendente que dichas aventuras amorosas terminen por una u otra causa. Normalmente, los adolescentes soportan sin grandes problemas, al menos aparentemente, el dolor de una relación acabada y descubren que hay otros peces en el mar.
Esta típica norma sirve de ilustración a la historia que comenzó cuando Felipe Garza Jr. comenzó a salir con Donna Ashlock. Felipe y Donna salieron juntos hasta que Donna enfrió el romance y comenzó a salir con otros muchachos.
Un día, Donna se doblaba de dolor. Los médicos rápidamente descubrieron que Donna se estaba muriendo de una enfermedad degenerativa del corazón y necesitaba un trasplante desesperadamente. Felipe se enteró de la condición de Donna y le dijo a su mamá: Voy a morir y le daré mi corazón a mi novia. De vez en cuando los muchachos dicen cosas tan irracionales como ésta. 
En aquel tiempo, Felipe aparentaba para su madre estar en perfectas condiciones de salud. Pero tres semanas después, despertó una mañana y se quejó de dolor en el lado izquierdo de su cabeza.
Comenzó a perder el aliento y a no poder caminar. Fue llevado al hospital, donde se descubrió que una vena de su cerebro había explotado, causándole la muerte cerebral. 
La súbita muerte de Felipe desconcertó a sus médicos, y mientras permanecía con el respirador artificial, su familia decidió permitir a los cirujanos quitarle el corazón para Donna, y sus riñones y ojos para otros que necesitasen esos órganos.
Donna recibió el corazón de Felipe. Después del trasplante, el padre de Donna le contó que Felipe había estado verdaderamente enfermo tres meses antes de morir. Y añadió: donó sus riñones y sus ojos. Hubo una pausa y Donna dijo: Y yo tengo su corazón.
Su padre le dijo: sí, eso fue lo que él y su familia deseaban. La expresión de ella cambió un poquito. Entonces le preguntó a su padre quién lo sabía. 
Él le dijo que todos. Y nada más se habló.

El pintor de esperanzas - Devocional

O´Henry narra en uno de sus cuentos, cómo una niña francesa de once años, llamada Marie, fue diagnosticada con tuberculosis, a principios del siglo pasado. La madre, desesperada, intenta animarla de todas las maneras posibles, baja la cama de la niña al salón de su vieja casa parisina y la coloca junto a la ventana que da a un jardín y a un edificio. Estaba comenzando el crudo invierno, y según el médico, las posibilidades para recuperarse de una enfermedad como esta, y en un clima tan desfavorable, dependían más de que la niña luchara, que de los medicamentos que él podía prescribir. Si resiste hasta la primavera, dijo el doctor,... la niña sobrevivirá.
William Sydney Porter.jpgAllí, junto a la ventana, en un aislamiento forzoso, la niña descubrió una enredadera que cubría parte de la pared del edificio de enfrente y cuyas hojas se iban marchitando y cayendo. Le dijo a su madre que creía firmemente que cuando cayera la última hoja, su vida también se acabaría. La madre insistió en que no, que la enredadera tenía muchas hojas y que muchas de ellas aguantarían hasta los retoños de la primavera. Pero las hojas iban cayendo, porque el invierno no tiene en cuenta ni cree las promesas de una triste madre. Entonces Marie vio a un joven pintor en el tercer piso, donde tenía su estudio. Sorprendida y extasiada, se quedaba horas mirando cómo pintaba imágenes de París, Notre Dame, Montmartre, el Mouling Rouge y otras.
Entonces, su madre vio una rara luz en la mirada de la niña. Habló con el pintor y le ofreció dinero para que visitara a su hija y le enseñara a dibujar. El joven, compasivo, sin darle ninguna importancia al ofrecimiento monetario, bajó a conocer a la enferma y a enseñarle a pintar en telas, a usar los carboncillos y a practicar con los colores. Una peculiar amistad surgió, y Marie le contó a su nuevo amigo sobre la enredadera, sobre su miedo a la muerte cuando su última hoja cayera. De miles de hojas que había hace poco, le dijo, sólo quedaron veinte, y ocho después de la tormenta de anoche. El joven pintor le aseguró que tales asociaciones no eran buenas y le comunicó que debía ir a América, a una exposición. Marie pensó que el mundo se le venía encima. Pero él le dijo que volvería en mayo y que durante ese tiempo practicara sus dibujos y con la escala de colores. Y añadió que en mayo irían a pintar fuera, en la campiña.

El Aguijón de la Carne - Devocional aliento - Vídeo

Todos tenemos un aguijón, algunos podemos hablar de él y otros quizá no lo puedan hacer, porque su aguijón es vergonzoso.
2 Corintios 12: 7-10 “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
      En absoluto es malo buscar cada día ser más espiritual, buscar el rostro del Señor para tratarle de agradar, pero hay momentos en la vida en los cuales aparece el aguijón, ese que nos recuerda que no debemos creernos más de lo que somos, ese que nos devuelve los pies a la tierra y nos ayuda a la vez, a seguir en el intento de tratar de ser más agradables a Dios cada día.
Todos tenemos un aguijón, algunos podemos hablar de él y otros a lo mejor no lo pueden hacer, porque su aguijón es vergonzoso o porque puede que prefieran aparentar que son hombres sin tacha alguna.
El Aguijón de la CarnePablo era uno de los hombres más intachables de la historia, casi se puede asegurar la perfección de Pablo en su actuar, pero él mismo relata en este pasaje bíblico cómo le fue dado un aguijón en su carne, para que no le permitiera enaltecerse sobremanera.

¿Cuál era el aguijón de Pablo?

La Biblia no lo describe, algunos teólogos creen que era un dolor fuerte de estómago y otros creen que era alguna otra 
enfermedad en su cuerpo; algunos creen que era alguna faceta de su vida que no había podido vencer, y otros son más específicos y creen que era su carácter, pero la verdad es que nadie tiene la certeza absoluta de cuál era el aguijón de la carne que le abofeteaba y le hacía volver los pies a la tierra.