Era un 6 de mayo como cualquier otro y mi esposa iba tranquila a su cita de control; tenía 6 meses y medio de embarazo. Se hallaba relajada y contenta. No sospechaba, que segundos después de atravesar la puerta del consultorio, su ginecóloga le diagnosticaría una severa preclampsia y ordenaría su hospitalización inmediata.
Toda aquella noche entraban y salían enfermeras del cuarto con medicamentos para mi esposa, y además monitoreaban los latidos del bebé. La situación era desesperante…no había mejoría. La angustia de mi esposa tampoco ayudaba a su condición. El Señor nos trajo aliento aquella madrugada, en medio de la oscuridad del cuarto, por medio de un sencillo cántico que entonamos con cierta incertidumbre: “…cuando pases por los ríos, no te anegarán, aunque pases por el fuego, no te quemarás…”.
Esa noche no dormimos, y al llegar la mañana, la doctora me dijo en privado que iban a tratar de salvar a mi esposa, pero que la vida de Andrea Sofía podría llegar a su fin, tras tantas semanas en el vientre de su madre.
Los médicos esperaban lo peor, por lo que se me impidió entrar al quirófano. Mi esposa y yo habíamos soñado estar juntos en el momento del alumbramiento, pero en ese momento ella se sintió más sola que nunca. La doctora nos contó que la tensión de mi esposa subió tanto, que esperaron lo peor. Sin embargo, al sacar al bebé se dieron cuenta de que estaba viva, si bien delicada por la falta de desarrollo de sus pulmones.