martes, 14 de mayo de 2013

Tu Verdadera Identidad Personal - Crecimiento personal-espiritual - Vídeo

“No se interesen tanto por la belleza externa: los peinados extravagantes, las joyas costosas o la ropa elegante. En cambio, vístanse con la belleza interior, la que no se desvanece, la belleza de un espíritu tierno y sereno, que es tan precioso a los ojos de Dios.” 1 Pedro 3.3-4
La palabra griega “Cosmos” es utilizada 187 veces en el Nuevo Testamento. La palabra puede ser definida como tierra, universo, mundo, humanidad, arreglo armonioso, orden, adorno. Es el orden creado de las cosas, el orden que Dios puso en el universo cuando lo creó. 186 veces la palabra “Cosmos” es traducida como “mundo” en la traducción Reina Valera. 1 vez es traducida como “adorno” en la misma Biblia, y esa es precisamente en el versículo mencionado.
A través del orden y el diseño aprendemos a reconocer las cosas. Este es el caso de nuestros sentidos. El maquillaje de todo está ordenado de tal manera que siempre es reconocido como tal. Cuando pruebas algo nuevo, estás iniciando un nuevo patrón u orden. Cuando escuchas un idioma nuevo, se te presenta, esta vez, como un nuevo orden de sonidos.
Cuando conoces a una persona nueva, se te presenta un nuevo orden de imagen, habla, personalidad, etc. Pero cuando pruebas, ves, escuchas o tocas algo reconocible, eso es una combinación de patrones que realmente reconoces.
Podría decirse que cada uno de nosotros tenemos nuestro propio orden, que en cierto sentido somos nuestro propio mundo. Es este orden o arreglo de las cosas lo que nos hace individuos reconocibles. En cierto sentido, la gente conoce nuestro arreglo u orden cuando realmente nos conocen, incluso nuestra alma arreglada.

Lo que piensa Dios de ti - Devocional

La verdad, aunque algunos lo neguemos, es que nos da miedo ser criticados por alguien; el  mero hecho de saber que podemos ser motivo de burla o de habladurías, nos retiene para hacer muchas cosas, y nos hace quedarnos en la línea que divide lo que nos gustaría hacer y lo que pensarían los demás si lo hacemos... o no.
Hace que te detengas a pensar en lo que pasaría, si las personas que te rodean están de acuerdo o no con lo que haces, en que si a alguien no le parece bien que seas de cierta manera o que creas poder hacer algo, pero... debes saber que, “siempre habrá alguien a quien no le agrades, alguien que hable de ti y a quien no le parezca bien lo que haces”. 
El problema con ello no es que lo sepas o no, el problema es que te influya tanto lo que dicen los demás, que te haga olvidar lo que piensa Dios de ti, quien diferente a cualquier persona, tiene solamente pensamientos de bien acerca de ti y conoce todas tus capacidades y potencial en Él.
A veces nos preocupamos demasiado por lo que alguien pueda hacernos, o por la opinión que guarden acerca de nosotros y de cómo piensan de lo que hacemos, cuando realmente de lo único que deberíamos preocuparnos, es de no ser obstáculo para nadie; nada de lo que piensen y digan debería influir en lo que somos y hacemos, y mucho menos cuando se trata de obras para Dios.
Es un gran error por tu parte, pensar que el día que la gente deje de criticarte es porque estés haciendo bien las cosas. Si piensas que cuando no escuchas críticas es porque estás haciéndolo todo bien, entonces lo estás haciendo mal. Siempre que estés haciendo algo o trabajando para Dios vas a ser criticado, pero es ahí cuando es el momento de poner en la balanza qué es lo que realmente te importa, si lo que piensa el mundo, o lo que piensa Dios de ti.
Pues..., ¿busco ahora el favor de los hombres, o el favor de Dios?, ¿trato de agradar a los hombres, o a Dios? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. Gálatas 1:10

Valor Máximo - Reflexiones - Vídeo

“¡Se va, a la una… a las dos… se fue!”  Habían concluido las ofertas y el martillo del subastador se dejó de oír. La oferta ganadora para una mecedora, estimada de inicio entre $3000 y $5000 fue de $ 453.500.
Así había ocurrido durante toda la subasta. Un automóvil usado, valorado entre $ 18.000 y $ 22.000, fue vendido por $ 79.500. Un juego de vasos verdes, tasado en $ 500, se vendió por $38.000. Un collar estimado entre $500 y $700, fue vendido por $211.500. Durante cuatro días consecutivos, muchos artículos de valor común y ordinario fueron vendidos por precios exagerados. ¿Por qué? Porque los artículos subastados pertenecían a la herencia de Jacqueline Kennedy Onassis.
Valor Maximo¿Cómo estimamos el valor de la cosas? ¿Cómo determinamos lo que es valioso para nosotros?
Así como en la venta de la herencia Kennedy, algunas cosas adquieren valor según la persona que las poseía. Pablo escribió a los Corintios:  Porque habéis sido comprados por precio. 1 Corintios 6:20
Pedro escribió:  Sabiendo que fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo. 1 Pedro 1:18-19
Pedro y Pablo se referían al precio por nuestros pecados, pagado por Jesús al morir en la cruz.
Podemos exagerar, aumentando, el valor de una persona debido a su estado financiero, a su influencia o a su potencial para beneficiarnos. Pudiéramos también menospreciar a alguien por poseer pocos bienes o porque en nada puede ayudarnos. Sin embargo, las Escrituras nos dicen que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:8). Cuando no poseíamos valor alguno y nos oponíamos a Dios, Él pagó el precio para redimir nuestras vidas.
Cada individuo sobre la faz de la tierra es alguien por quien murió Jesús. Debido al inmenso precio de la redención, cada ser humano, aparte de su valor financiero, tiene una gran importancia.
Cada vez que te sientas deprimido y creas que no vales nada, medita en lo siguiente: “Dios es quien determina tu valor. Te amó y valoró tanto, que envió a Su Hijo a morir, para que puedieras convertirte en uno de sus hijos. ¡Nunca pongas en duda lo valioso e importante que eres!”.
Y vosotros sois de Cristo, y Cristo de vosotros. 1 Corintios 3:23

Lo mismo, de otra manera - Mensaje

LO MISMO PERO
En un lejano palacio, un Rey soñó que había perdido todos sus dientes. Así es que mandó a llamar a un sabio para que interpretase su sueño.
“¡Qué desgracia, mi señor!, le explicó el sabio, cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra majestad”.
“¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa?” replicó el rey enfurecido, y de  inmediato llamó a  su guardia para ordenar que le propinasen cien latigazos al mencionado intérprete.
Luego pidió que le trajesen a otro sabio, a quien de igual manera le relató su sueño. Este intérprete, después de escuchar al soberano con atención, le explicó: “¡Excelso señor! ¡Gran felicidad te ha reservado la divina Providencia! El sueño significa que tú vas a sobrevivir a todos tus parientes”. El semblante del rey se iluminó con una gran sonrisa, y de inmediato ordenó que le dieran cien monedas de oro.
Más tarde, uno de los cortesanos le dijo al rey : Aclare mis dudas, majestad; si ambos sabios le dieron una misma explicación sobre su sueño ¿por qué al  primero le pagó con cien latigazos, mientras al segundo con cien monedas de oro?”. El rey respondió: “Efectivamente, amigo mío; ambos sabios me dieron una respuesta que en esencia era similar, pero el segundo me la ofreció de mejor manera”. 
  
Amigo, amiga: Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a decir las cosas. Es cierto que la verdad debe prevalecer en cualquier circunstancia, pero el secreto está en cómo la decimos, pues ser honesto no significa decirla tosca o groseramente. Supongo que tú no le dirías a un amigo enfermo: “Amigo, el médico ha dicho que estás muy mal de salud y que las probabilidades de morirte son altas”. ¿Verdad que no?…
Incluso en el caso de corregir los errores al resto, debemos hacerlo con amor y mucha sabiduría. De ello puede depender la alegría o la tristeza, la paz o la guerra, la vida o la muerte.

   “La sabiduría es lo primero. ¡Adquiere sabiduría! Por sobre todas las cosas, adquiere discernimiento. Estima a la sabiduría, y ella te exaltará; abrázala, y ella te honrará. (Proverbios 4:7,8).

De la ley del talión a la otra mejilla - Devocional - Vídeo

 “Sobre mis espaldas araron los aradores; hicieron largos surcos”
(Salmos 129:3)
¿Cómo lidiamos con la angustia? ¿Qué tal nos va cuando nos toca sufrir la injusticia y el atropello? ¿Cómo sobrellevamos la crítica malsana, y el trato inmisericorde de alguien? ¿Acaso respondemos con más de lo mismo? ¿O aprendemos de las valiosas, pero dolorosas lecciones, que contiene cada episodio que nos victimiza y desgarra? Es algo en lo que pensar, pues todos estamos expuestos a tratos abusivos, a palabras escarnecedoras y a actitudes ingratas.
Nadie escapa de estas experiencias a menos que seamos el causante de ellas. En cuyo caso seríamos los que propiciamos esas malas vivencias. Esto también es posible. Hombres de la calidad espiritual de David, conforme al corazón de Dios, llegaron a ser homicidas. Hombres que anduvieron con Jesús llegaron a actuar hipócritamente, como Pedro. Nadie está exento de la posibilidad real de un acto de villanía. El apóstol Pablo escribió: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12).
No obstante, todo se trata de elecciones en la vida. De lo que elegimos ser, independientemente de lo que ocurra a nuestro alrededor. Tomando la imagen del salmista en el Salmo 129 vemos que hay dos clases de personas en el poema sagrado. Los aradores (entiéndase los que causan sufrimiento y dolor a otras personas) y los que son arados (los que les toca vivir las amarguras e infelicidades infligidas por otros). En lo que respecta a Dios, Él no quiere que suframos, pero tampoco quiere que seamos los aradores. Tendremos que elegir nosotros. O ponemos la otra mejilla, o respondemos con un duro y vengativo golpe. La decisión es dura de tomar.
A mi carne le gusta mucho más la ley del Talión, "el ojo por ojo y el diente por diente". Eso de la misericordia, del perdón, de la generosidad porque sí, no es del agrado de mi vieja naturaleza. Es entonces cuando me doy cuenta que debo morir, que debo dejar a un lado mis conceptos de justicia y mis instintos de revancha. Miro a Jesús y veo que no devolvió un solo golpe a los que, abofeteándole, le decían: “profetiza” (Lucas 22:6). Me sorprende su obstinada mansedumbre. Con un chasquido de dedos podría haber eliminado a toda la guardia romana, en cambio silenció y pareció débil ante aquella turba inconsciente. No se defendió, a sabiendas de ello.