miércoles, 24 de octubre de 2012

Cosas Que Lamentamos Antes De Morir - Crecimiento personal

Estamos a tiempo de reaccionar, no esperemos al final de nuestras vidas…
Bronnie Ware pasó años trabajando en cuidados paliativos atendiendo a pacientes terminales en sus últimas 12 semanas de vida.  Tanto le impactó que decidió contar su experiencia en un blog llamado “Inspiration and Chai”, donde reprodujo los últimos deseos de sus pacientes. El éxito fue tal que al poco tiempo lo plasmó en un controvertido libro titulado “Los cinco mejores lamentos de los que van a morir”.  Ninguna mención al sexo, pues tampoco les importaba a los pacientes irse sin haber probado experiencias vibrantes,  o no haber cumplido con otros clásicos como escribir un libro o plantar un árbol.  Ware hablaba de la claridad y de la visión espectacular que tiene la gente al final de sus vidas y de cómo podemos aprender de su sabiduría. “Cuando les preguntaba de qué se arrepentían o si hubieran hecho algo de manera diferente, casi siempre me respondían lo mismo: la lista era larga, pero en el libro traté de centrarme en los cinco deseos más comunes”, explica la autora.  Estas son las confesiones sinceras y reales de las personas que cuidé en su lecho de muerte:
1. Ojalá hubiera vivido a mi manera. Muchos se quejaban de no haber tenido el coraje de vivir una vida fiel a sí mismos, sino a lo que los demás esperan de ellos.  “Cuando se dan cuenta de que su vida está a punto de terminar y miran hacia atrás, es fácil para ellos ver cuántos sueños dejaron por el camino. La mayoría no había cumplido aún ni la mitad de sus sueños cuando iban a morir, sabiendo que era debido a las decisiones que habían tomado”.
2. Ojalá no hubiera trabajado tan duro.  Ware afirma que ésta era la frase más repetida por los pacientes de sexo masculino. Casi todos los hombres que cuidó sufrían por haberse perdido la infancia de sus hijos, su juventud, y lamentaban no haber disfrutado más de la compañía de su pareja. Sentían que habían malgastado sus vidas; comprendieron tarde que no se debe basar la existencia en el trabajo.
3. Ojalá hubiera tenido el coraje de expresar mis sentimientos. A menudo las personas renuncian a sus sueños e ideales por el bien de los demás. Ocultan sus sentimientos con el fin de mantener la paz de su entorno. Como resultado, se conforman con una existencia mediocre y nunca llegan a ser lo que en realidad quieren ser o lo que realmente son capaces de hacer. “El origen de muchas enfermedades tiene relación con la amargura, la frustración y el resentimiento que esto conlleva”, explica Ware.
4. Ojalá hubiera mantenido el contacto con mis amigos.  Casi todos se acordaban de sus viejos amigos y recordaban con pesar los mejores momentos vividos a su lado, lamentando no haber sido capaces de mantener esa amistad con el paso de los años. Querían despedirse de ellos, pero no siempre fue posible localizarlos, cuenta Ware.  A veces nos sentimos tan absorbidos por nuestras propias vidas, que es como si estuviéramos atrapados y renunciamos a uno de los mayores tesoros de la vida: la amistad.  He sido testigo de la profunda pena y arrepentimiento que esto ha ocasionado a mis pacientes; les atormentaba no haber dedicado a sus verdaderos amigos el tiempo y el esfuerzo que merecían.  Todo el mundo echa de menos a sus amigos cuando se están muriendo, añade la enfermera.
5. No he sabido ser feliz.  Otra revelación sorprendente: muchos de los pacientes no se dan cuenta hasta el final de sus vidas de que la felicidad es una elección. Se quedan atascados en viejos patrones y hábitos.  El llamado “confort de la familiaridad” interfiere con su salud emocional. Por eso uno de los principios claves de la vida es entender que lo único que necesito para ser feliz es una actitud agradecida ante la vida. Que la queja es un imán para la desgracia; nos quejamos tanto de lo que nos hace falta, que dejamos de agradecer lo mucho que tenemos. Qué fácil es agradecer cuando las cosas están bien ¡Por supuesto, cualquiera lo hace!. Pero la verdadera gratitud se forja cuando las cosas están complicadas.

Este pensamiento parece, a primera vista, comenzar con el pie izquierdo al hacer referencia a la muerte, una idea de la que la mayoría de nosotros no quiere saber nada, ¡hasta que sea absolutamente indispensable! Sin embargo, en realidad su enfoque es totalmente el contrario; nos habla de la vida bien vivida, bien priorizada, compensada, y, al hacerlo, se hace eco de las palabras del Salvador que vino para darnos “vida en abundancia”.
El problema es que nos dejamos robar la vida abundante por las presiones que dejamos que otros ejercen sobre nosotros, en función de lo que entienden por conducta y rendimiento.
¡Abramos los ojos a la realidad de que nuestros días de este lado del cielo están contados, incluso desde el mismo momento en que venimos a este mundo, y que necesitamos sacarle el jugo a la vida, disfrutándola al máximo, lo que sólo es posible estando en perfecto alineamiento con los planes de Dios para nosotros.
Pongámosle manos a la obra a esto… y que el Señor les continúe bendiciendo.

¡Disciplínate! - Devocionales, Reflexión - vídeo

Disciplina es hacer bien lo que tengo que hacer y en el momento adecuado. Una persona disciplinada es aquella que observa u obedece las leyes (morales, sociales, espirituales, etc.), alguien que ha sido instruido o enseñado mediante lecciones o castigo, que cuida el conjunto de reglas para el orden de una organización (casa, trabajo, escuela, iglesia, etc.).
La disciplina es una cualidad del carácter. Carácter es lo que somos o hacemos cuando nadie nos ve, que sale de nosotros. La idea se puede entender mejor si analizamos algunas frases paralelas: “Nadie puede dar lo que no tiene”; es decir, nadie enseña disciplina si no es disciplinado. “Enseñamos lo que somos”; en otras palabras, eres disciplinado, enseñas disciplina; eres indisciplinado, enseñas indisciplina.
Tener una disciplina efectiva es el resultado de un continuo flujo de decisiones apropiadas. Nadie nace disciplinado, tenemos que aprender a serlo antes de enseñárselo a los demás. Ser disciplinado (en el hogar, en el trabajo, en clases, en la iglesia) es esencial para edificar una fe firme en Jesucristo.
La Palabra de Dios es la mejor fuente de disciplina. Para ser disciplinados debemos seguir normas que sean sencillas y consistentes. La indisciplina por su parte es un problema de actitud. La mejor explicación de lo que significa “disciplina” la encontramos en Hebreos 12.5 – 11, y dice: “… y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como hijos; porque, ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”.

“El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento”, Prov. 15:32 



Confiar en Dios - Meditaciones - vídeo

A veces parece que no creyeramos lo suficiente en el DIOS TODOPODEROSO del cual la habla la Biblia, porque nuestras actitudes, nuestras reacciones frente a los problemas de la vida, o las crisis que afrontamos reflejan la poca fe que en ocasiones le tenemos a Dios.
Tenemos fe en tantas cosas... y nos cuesta mucho tener fe en Dios. Por ejemplo, cuando abres el grifo para lavarte las manos lo abres confiando que saldrá agua y por supuesto que sale agua. Si vas a tu refrigerador en busca de comida lo abres esperando encontrarla, si sales a tu empleo y tienes que tomar un autobús, sales esperando que ese autobús pase a la misma hora de todos los días, si entras a tu habitación y está oscura, presionas un botón para encender la luz y es obvio que esperas que la luz aparezca. Hay cosas muy sencillas en las que demostramos fe; esa fe que no nos hace dudar, porque nadie duda de que cuando se abre el grifo de agua vaya a salir otra cosa que no sea agua, o que cuando enciendes la luz de tu habitación no se encienda, y es que casi nunca dudamos de cosas que hacemos diariamente porque tenemos fe en que funcionarán o nos darán los resultados que esperamos, pero en lo espiritual se nos hace difícil confiar en que Dios nos ayudará o nos dará las respuestas que necesitamos.
A veces parece que hay cosas más “poderosas” que Dios, porque confiamos más en esas cosas que en DIOS. Tienes un problema económico, pones tu confianza en un Banco, en un amigo o en un familiar; tienes problemas de salud, pones tu confianza en un médico o en un hospital de primera fila, pero nos cuesta confiar en lo que no vemos o en lo que no tocamos, nos cuesta confiar en que Dios nos ayudará.
Hagámonos una pregunta y seamos sinceros al contestarla:

¿REALMENTE CONFIAMOS EN DIOS?

Está bien, si confías en Dios entonces deja de preocuparte en extremo por cosas que a veces ya no tienes el control de solucionar, porque, ¿qué ganas con preocuparte en extremo?, sólo empeoras tu salud y tu ánimo.
Si realmente confías en Dios, debes mantenerte firme, no te alejes de Él, debes buscarle e insistir en la oración, pues tu misma confianza en Dios te hará querer estar cerca de Él.
Recordemos que DIOS es PODEROSO, que nunca ha perdido una batalla, que siempre ha tenido cuidado de los suyos, que nunca te dejará porque así Él lo ha prometido, que te ama a pesar de todo porque su amor para tu vida es ETERNO.
Quiero invitarte a confiar en ese Dios que te ama, en ese Dios que se preocupa por ti y, aunque muchas veces creas que se ha olvidado de ti, la verdad es que en ningún momento lo ha hecho; al contrario, a pesar de que no lo has notado Él ha estado allí cuidándote, protegiéndote, alimentándote, y, aunque tu poca fe no ha sido capaz de percibirlo, tienes que estar seguro de que Él ha estado siempre allí a tu lado.
Confiar realmente en Dios es descansar en Él, es dejarse de preocupar en extremo, es dejar de pensar como solucionar esto o aquello y dejarlo en las manos de Dios, es sonreír a pesar de todo, es buscarle a pesar que nos esté yendo mal, es no dejar de creer en lo que Él es capaz de hacer, es ver el futuro con esperanza sabiendo que al estar en sus manos estamos seguros.
Confiar en Dios es creer en lo que no veo, es esperar a que las cosas se den y terminen bien a pesar que van muy mal, es saber que las cosas no están acabadas y que todavía hay una oportunidad.
Confiar en Dios es decirle a mi mente que no creo en lo que me indica, sino en lo que Dios ha dicho en su Palabra, es ver con mis ojos espirituales más allá de lo que mis ojos carnales ven, es ver las cosas que no son como sí parecen ser, es ir en contra de la corriente, es seguir creyendo en lo que Dios va a hacer a pesar de que todos me dicen lo contrario.
Confiar en Dios es tener la plena seguridad de que pase lo que pase estaré seguro, porque Él es quien me cuida y me protege, por lo tanto, independientemente de la respuesta que reciba, mi vida estará segura en Él.
El Apóstol Pablo escribió lo siguiente: “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” 2 Timoteo 1:12 (Reina-Valera 1960).
Saber en quien hemos creído nos debe dar seguridad y confianza de que TODO estará bien, es ver más allá de lo que nuestros ojos humanos ven, es confiar más allá de lo que nuestra mente quiere hacernos pensar, es escuchar la voz divina que nos susurra al oído "que todo estará bien y que no hay nada de qué preocuparse".
¿Sabes qué necesitamos todos nosotros?, confiar en Dios y declarar como el Apóstol Pablo: YO SÉ EN QUIÉN HE CREÍDO.
¡Tranquilo!, ¡Calma!, ¡Ten Confianza!, ¡No te desesperes!, Confía en Él, porque Él es Poderoso para cambiar cualquier panorama contrario.

¡CONFÍA EN DIOS!

“Declaro lo siguiente acerca del Señor:
Sólo él es mi refugio, mi lugar seguro;
él es mi Dios y en él confío”.

Salmos 91:2 (Nueva Traducción Viviente) 

Como niños - Cortometraje Cristiano


¿Quién dice que no podemos aprender de los niños? 

Más Grande Que Un Sentimiento - Crecimiento Personal

 “Aun si nos sentimos culpables, Dios es superior a nuestros sentimientos y él lo sabe todo.”
1 Juan 3.20
Culpa. Este es un tema que, para nosotros, surge y resurge una y otra vez. Cada vez que hablamos con gente sobre permitir que Dios sane su pasado, de alguna u otra manera, sin pretenderlo, terminamos señalando la culpa con la que viven y se sienten por las cosas que hicieron en el pasado. La culpa es una realidad en varios sentidos.
Es real en el sentido en que todos la sentimos. No obstante, en un sentido más poderoso, es real porque es el hecho de haber hecho algo malo. En ese momento todos la sentimos porque todos hemos cometido errores, hemos herido a alguien o hemos causado daño. Ese es el hecho. Basado en los hechos somos culpables de hacer esas cosas.
¿Cuál es el problema, entonces? Es fácil permitir que tu sentimiento de culpa nuble la manera en que te ves a ti mismo y al mundo que te rodea. Se convierte en la lente por medio de la cual nos vemos a nosotros mismos. Y cuando nos vemos de esta manera llegamos a la conclusión de que los demás nos ven de la misma forma, o que por lo menos  pueden sentir de nosotros una culpabilidad similar.
Por fuera puede que parezcamos estar seguros de nosotros mismos, dotados, exitosos, talentosos, etc., pero por dentro estamos como colgando de un hilo. Puede que podamos presentarnos de tal manera que la gente no pueda ver nuestro sentimiento, pero el sentimiento sigue vivo dentro de nosotros.
Esto se puede extrapolar fácilmente a nuestra relación con Dios. Él no puede ser engañado por nuestra fachada exterior. Él no se distrae con nuestros logros o bienes materiales. Él ve lo que hay dentro de nosotros. Ve la culpa y la vergüenza. Entonces ahora veamos el versículo antes mencionado, “Aun si nos sentimos culpables, Dios es superior a nuestros sentimientos…”
El hecho es que todos somos culpables, pero no debemos ser dominados por ese sentimiento. Dios es más grande que nuestros sentimientos. Él es capaz de tratar con los sentimientos que pueden habernos tenido atrapados. Es capaz de sanar esos sentimientos, capaz de cambiar nuestra perspectiva y empujarnos a avanzar hacia una vida saludable y efectiva.
¿Con qué culpa has estado viviendo? ¿Cómo te has estado viendo a ti mismo?
Hoy, lleva tu sentimiento de culpa a Dios y pregúntale cómo te ve Él. La respuesta es: perdonado. Siempre has sido perdonado. No permitas que los sentimientos de culpa te condenen a vivir una vida sin amor. Dios es más grande que tus sentimientos y puede ayudarte a dar y recibir amor de nuevo.