lunes, 13 de febrero de 2012

LA PREGUNTA DE UNA CAMPESINA


 Hace muchos años, en época de Navidad, un conferenciante ateo recorría las campiñas y sembraba la duda entre los sembradores. Lo hacía tratando de probar que es poco razonable creer en Dios y considerar que la Biblia es su palabra.

Una noche muy fría, el conferenciante, creyéndose dueño de la situación ante cierto número de personas, lanzó un desafío al Dios Todopoderoso, exclamando:
¡Si hay un Dios, que se revele a sí mismo y me quite la vida en este instante! Como no sucedía nada, se dirigió a sus oyentes y añadió: ¡Lo ven! ¡No hay Dios! 

Entonces, ante el silencio de los presentes, una diminuta campesina que llevaba atado un pañuelo en la cabeza, se levantó de su asiento y dirigiéndose directamente al orador, le dijo: 

Señor, usted perdone mi atrevimiento ya que soy una mujer inculta y no se replicar sus argumentos; su saber es muchísimo mayor que el mío. Usted es un hombre instruido, mientras que yo soy sólo una simple campesina. Como usted tiene una inteligencia muy grande, le ruego me responda a lo que le preguntaré.

Yo creo en Jesucristo hace muchos años, y precisamente llegando estas fechas navideñas todos los que en El creemos, recordamos que vino a nacer a este mundo para darnos la salvación de la vida eterna, quiero decirle que me regocijo en la salvación que El me dio, y aunque inculta he aprendido a leer un poquito, y hallo gran gozo en la lectura de la Biblia. Si cuando llegue la hora de mi muerte, me entero que no hay Dios, que Jesucristo no es el Hijo de Dios, que la Biblia no es la verdad y que no existe la salvación ni el cielo; dígame, ¿qué habré perdido al creer en Cristo durante mi vida?

La concurrencia esperaba ansiosamente la respuesta. El incrédulo pensó durante varios minutos y finalmente respondió:
Pues, señora, usted no habrá perdido absolutamente nada.
Caballero—continuó la campesina--, usted ha sido muy amable al responder mi pregunta.

 Pero permítame formularle otra. Cuando llegue la hora de su muerte, si usted descubre que la Biblia dice la verdad; que hay un Dios; que Jesús es el Hijo de Dios; que existe el cielo y también el infierno; dígame, señor, ¿qué habrá perdido  usted?
Inmediatamente, la concurrencia, de un salto, se puso en pie y aclamó a la campesina. El conferencista no halló respuesta. 

Cuando la Biblia habla de tales hombres los califica de necios: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmo 14:1). ¡Cuán solemne es, para aquel que está en el umbral de la eternidad, ser llamado “necio”. La verdadera sabiduría nos hace comprender que Dios, quien es justo y santo, debe castigar el pecado.

Esta sabiduría nos impulsa a creer que el juicio, anunciado anticipadamente, caerá sobre este mundo a causa de la maldad del hombre. Si tú eres sabio, busca el amparo que se nos ofrece contra ese desdichado destino, y hallarás un refugio en Cristo Jesús quien quiere ser tu Salvador.

Si estás dispuesto, a buscar ese refugio y recibir a Jesucristo como tu único y suficiente Salvador hoy, dile:

“Dios, creo que tu existes, que eres el creador de los cielos y la tierra, creo que todo te pertenece, incluso yo; creo además, que tú enviaste a tu Hijo Amado Jesucristo, a morir por mí en la cruz del calvario, para darme el perdón de mis pecados y la salvación eterna. Considerando todo esto, reconozco que soy pecador y necesito tu perdón, razón por la cual te pido que me perdones por todos los pecados que he cometido; acepto la invitación que tú me haces de recibirte en mi vida, y te invito a que entres en mi corazón, y seas mi único y suficiente Señor y Salvador. Gracias Señor, por haberme perdonado, por haberme salvado y dado el regalo de la vida eterna. Amén.”