lunes, 5 de noviembre de 2012

El Espíritu y el Propósito de Dios - devocional

“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.”
Ezequiel 36:26-27
Dios es Espíritu, y como hijos formados a su imagen y semejanza tenemos un espíritu amén de Su Espíritu Santo que nos guía, nos limpia y nos transforma; en realidad esta es la obra de Dios, nuestro Padre celestial, y la hace a través del Espíritu Santo; toda la obra de Dios conlleva un mismo propósito: restaurar la vida espiritual en el hombre, devolver al espíritu el gobierno de la vida del hombre; sujetar nuestro ser (cuerpo, alma y espíritu). Imaginemos que en la vida del hombre hubo un golpe de estado y que el que gobernaba era el espíritu, el cual estaba en perfecta armonía y comunión con Dios a través de su Espíritu, (recordemos que con nuestro espíritu nos comunicamos con Dios, con el cuerpo con el mundo y el alma se comunica con los dos, tanto con el mundo como con el Espíritu.), y que este golpe de estado sucedió allá en el Edén o El Paraíso en el momento de la caída.
Pero Dios no se olvidó ni se quedó quieto viendo cómo el dictador poco a poco se fue apoderando de su Creación y de la mente de sus hijos, y fue entonces cuando envió a Jesucristo a rescatar lo que se había perdido y a revelar la verdad acerca del reino de los cielos; pero esa verdad pasó y fue posible gracias a la cruz, y es por medio de la cruz como Dios puede restablecer la vida espiritual en el hombre;  mas Dios es un caballero y no obligará a nadie a tomar su cruz, porque para ello nos dio libre albedrío, una voluntad propia, que es una facultad del alma, y sólo si nosotros deseamos y amamos a Dios con todo nuestro corazón y anhelamos su gobierno, ese gobierno puede restablecerse. Sólo puede restablecerse bajo las siguientes  condiciones.
  1. Morir al pecado; renunciar a él, tener la firme convicción de no pecar, pues el pecado es lo que separa al hombre de Dios y para ello Dios ha puesto en nosotros un espíritu nuevo, su Espíritu, y un corazón de carne. Sólo con su ayuda podemos ser obedientes a su Palabra cumpliéndola.
  2. Tomar nuestra propia cruz; sacrificar nuestro yo y comenzar a confiar en Dios, porque puede que seamos muy activos y tengamos muy buenas intenciones, pero mientras actuemos con nuestra propia fuerza el espíritu seguirá cautivo; es decir, rendirle al Señor todo nuestro ser, (espíritu, alma y cuerpo) con la confianza de que Él puede hacer en nosotros su perfecta voluntad para nuestra vida; sin temor y en completa obediencia, reconociendo al Señor en todos nuestros caminos.
  3. La vida espiritual, al igual que la vida anímica y física, se fortalece a través del ejercicio, ejercitándose cada día, y para ello es necesario conocer verdaderamente a Dios, no sólo como creador, sino como Padre, como nuestro amoroso Padre y querer tener una relación con Él, serle obedientes, sumisos y aceptar su voluntad sobre nuestra vida.
Para conocer más de Dios es necesario conocer más acerca de nuestro espíritu y de Su Espíritu; las leyes del Espíritu Santo y cómo nuestra mente puede ayudar a nuestro espíritu. Nuestro espíritu es simplemente eso, no tiene substancia, no tiene personalidad, es invisible y existe independiente, aunque ligado a nuestra alma y cuerpo; las funciones del espíritu pueden resumirse en tres, aunque no son las únicas: la intuición, la comunión y la conciencia. Andar según el espíritu es andar conforme a estas tres funciones.
El hombre es comparado con el Templo Santo y nuestro espíritu con el Lugar Santísimo y podemos comparar la intuición, la comunión y la conciencia con el arca que estaba en el Lugar Santísimo.
(1) La Ley de Dios estaba en el arca y les indicaba a los israelitas lo que debían hacer o no. Dios se revelaba a sí mismo y Su voluntad por medio de la ley; después de Cristo y de que Dios pusiera en nosotros un espíritu nuevo y Su Espíritu Santo está en nuestro corazón, Dios se da a conocer y nos revela su voluntad por medio de la intuición.
(2) Sobre el arca estaba el propiciatorio, sobre el cual estaba la sangre rociada; ahí Dios manifestaba Su gloria y recibía adoración. De la misma forma, el espíritu de cada persona, redimido por la sangre de Cristo, fue regenerado y adora a Dios en espíritu y en verdad y tiene comunión con Él.
(3) El “arca del testimonio” y los mandamientos que contenía presentaban a los Israelitas el testimonio de Dios; si ellos cumplían la ley, las dos tablas que yacían en el arca los aprobaban; si no, los 10 mandamientos desde el arca les acusarían silenciosamente. Ahora, Dios, con su propia mano y puño, escribe en la tabla de nuestro corazón las leyes. Y nuestra conciencia, como la conocemos, para que dé testimonio de nuestra conducta, aprueba lo que concuerda con la voluntad de Dios y condena lo que no concuerda con ella.
Así que ya no tenemos excusa ni justificación para el pecado. Fuimos rescatados y redimidos por Cristo y estamos siendo restaurados con el poder de Su Espíritu; Dios no nos demandará cuentas por leyes humanas sino divinas, y será nuestra propia conciencia la que nos delatará si hemos pecado y no nos arrepentimos y cambiamos. La conciencia es esa vocecita que todos conocemos y que nos dice cuándo algo está mal, cuándo debemos pedir perdón, cuándo debemos restaurar una relación o cuándo nos muestra nuestra verdadera condición.
El hombre debe aprender a conocer su espíritu, su movimiento, su manifestación, para poder actuar conforme a él; el espíritu tiene momentos de actividad y momentos de inactividad, pero debemos estar atentos; el espíritu debe estar libre, moverse con libertad y no estar sujeto al alma o al cuerpo (a los sentidos), y para ello es necesario que nuestra mente se tranquilice; se calme de su mucha e incesante actividad centrada en el mundo; entonces seremos verdaderamente en Cristo y  comenzaremos a percibir la presencia de su Espíritu y sus movimientos, y detectaremos su voluntad, que es la voluntad de Dios, porque actúa según la intuición, la comunión y la conciencia; pero también nuestra mente puede ayudar a activar nuestro espíritu, si este se encuentra inactivo, y le puede ayudar a activarse por medio de la oración, de la alabanza y de sus pensamientos, cuando éstos están centrados en Dios, en Su Palabra, en Sus promesas; así es como percibiremos la libertad que tenemos en el Espíritu, en Cristo y los frutos del Espíritu (amor, paz, paciencia, benignidad, gozo, bondad, fe, mansedumbre y confianza) y contra estas cosas no hay ley, porque no están sujetas a la ley, no pertenecen al mundo, ni al cuerpo,  pertenecen al Espíritu.
Mi deseo, como el deseo de David en este Salmo, es que Dios cree en nosotros un nuevo espíritu y nos sujete a Su Espíritu, para que podamos tener una vida espiritual conforme a su Perfecta voluntad.

“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio. Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu Santo Espíritu.”

Salmo 51: 10-11

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