El salmo
34 “La protección divina” y el 23 “Jehová es mi pastor”, tienen una propiedad o
un nexo común, que es LA
PROTECCIÓN DE DIOS. Porque el Señor no abandona a
sus hijos. No lo hace, por supuesto, a los que le quieren, a sus siervos, a los
que le temen. Analicemos un poco lo que nos dice este último salmo:
El
Salmo
23 comienza
así: “El Señor es mi pastor”.
Hay una
notable confianza en esta frase. No hay un "sí condicional" ni un "pero", ni tampoco
un "espero que…", sino que dice: "El Señor es mi pastor."
La
palabra más dulce de todas las de esta frase es el monosílabo "mi". No dice: "El Señor es el pastor del mundo, en general, y guía a la multitud de su
rebaño". No; por el contrario dice: "Dios es mi pastor"; aunque no fuera el
pastor de nadie más, es, con todo, mi pastor; me cuida, me vigila y me guarda.
Es decir, estamos bajo el cuidado del Señor. Cristo, verdaderamente, nos
mantiene alejados de nuestros enemigos, del pecado. Pero Él será realmente
dulce si entras en su rebaño, incluso a pesar de tus pecados.
Vengamos,
pues, a Jesucristo; dejemos que Él sea ahora el pastor de nuestra alma. Que
este pensamiento de que Jesucristo es dulce en su trato con todos los
miembros de su rebaño, especialmente con los que pecaron, persuada los
corazones de algunos pecadores a que entren en su redil. En el nombre de Jesús,
amén.
Salmo
23: 3.
“Confortará mi alma. Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre”
Confortará mi alma.
Cuando el alma está afligida, Él la restaura; cuando peca, la santifica; cuando
es débil, la corrobora.
Él lo hace. Sus
ministros no podrían hacerlo si no lo hiciera Él. Su Palabra no bastaría por sí
sola.
Él conforta mi alma. ¿Hay algunos en los que la gracia haya sufrido un descenso? ¿Sentimos que nuestra
espiritualidad se halla en declive?
Él, que puede
transformar este bajo nivel en una inundación, puede también restaurar nuestra
alma. Pídele, pues, su bendición: “¡Restáurame, Pastor de mi alma!”
Él restaura el alma a
su pureza original, que había pasado a ser negra y hedionda por el pecado;
porque ¿qué bien habría en pastos delicados con un alma apestosa?
Él la restaura a su
estado natural que había sido deformado por la violencia de las pasiones;
porque, ¡ay! ¿Qué bien habría en "aguas de reposo" para espíritus turbulentos?
Él la restaura
realmente a la vida, que había pasado a ser muerte; y ¿quién puede “restaurar
mi alma” a la vida sino aquel que es el Buen Pastor y que da su vida por sus
ovejas?
Caminos de justicia.
¡Ay, Señor!, estos “caminos de justicia” han sido desde hace tiempo tan poco
frecuentados que las huellas en ellos apenas son visibles; ahora resulta
difícil hallar dónde se encuentran los caminos de justicia, y si se pueden
hallar son tan estrechos y llenos de rodadas que es imposible evitar el caer o
perderse.
M.G.L.
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